Huérfanos

08 de junio 2024 - 00:00

Mi mocedad me ha permitido vivir cerca de la UDA y vibrar con ella de diversos modos. Pulular en una escala de grises que, en momentos determinados, te reportaba pequeñas dosis de felicidad que, como huérfano, deglutes de espléndido grado. Por otro lado, constituyendo el núcleo de esta argamasa poco consistente de recuerdos, momentos donde dejabas que la pena se fusionara con el tiempo -como las rosas cortadas, que diría Cela-, sobreentendiendo que no era sino el precio a pagar por ser aficionado de un club con poca solera y que no te gana en edad. Dentro de este vaivén, hay algo de lo que la mayoría de almeriensistas ha estado huérfano la grandísima parte de su vida futbolística: de la figura, del ídolo, del emblema por antonomasia. De un individuo en el que verse representado. De la persona cuyo nombre estamparías en tu rojiblanca sin dudar por si el equipo inglés de turno llegaba con el oro de Moscú. O sabiendo que puede pasar, pero sin que te perturbe lo más mínimo. Hemos estado años y años viendo a jugadores ir y venir, sin tener la posibilidad de encariñarnos de ellos siquiera -por unas razones o por otras- y forjando lazos a menudo impostados que hoy ya no significan nada. En mi romántica visión del fútbol, la llegada de Rubi representa un cambio de paradigma en este sentido. Una vuelta que llega inesperadamente, con un reto toledano y que deja atrás a pretendientes con mejor salud institucional que el Almería. Rubi echó raíces porque la parroquia rojiblanca nunca dejó de estar con él y le juró agradecimiento eterno. Ese binomio provocó que hoy el de Vilassar vuelva y tenga en su mano consagrarse como el mejor de la historia del Almería. Comer en la mesa de los Maguregui, Ortiz o Emery. Cada uno a su manera, pero provocando un punto de ruptura en el sentir del aficionado medio y haciendo que el escudo de la UDA sea un poquito más grande.

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