El euro acababa de aterrizar, Rosa había ganado la primera edición de Operación Triunfo cuando la tele aún era tele y adquirir una vivienda en propiedad no era asunto de unos pocos privilegiados. En clave deportiva, Zidane dibujaba en Glasgow uno de los goles más icónicos de la historia, el Almería regresaba en Pontevedra al fútbol profesional —manteniéndose en el mismo desde entonces— y Al-Ghandour entró en nuestras vidas con aquel escándalo en Gwangju un sábado de junio justo tras el inicio de las vacaciones escolares. Pero ese 2002 se convirtió también en fetiche para el que suscribe por la victoria de 4ºA de Primaria en La Maratón, la cita por excelencia para todos aquellos que hemos tenido la gran suerte de haber pasado la niñez y adolescencia en La Salle. Veintidós años después he vivido en directo tres ascensos del Almería a Primera División (impensable en esos comienzos de siglo), dos Mundiales y otras tantas Eurocopas, además de cubrir partidos de postín o entrevistar a personajes inalcanzables para aquel niño que devoraba el Marca de principio a fin y que años después buscaba huecos en Auras, la revista del colegio. Sin embargo, nada fue tan bonito como aquel torneo de fútbol sala con Mi música es tu voz en los altavoces y las miradas de las compañeras de aula. Realmente ni recuerdo los resultados de los partidos en esas cruces de 2002, pero sí la conversación en el patio central sobre qué miembro del equipo se llevaría el trofeo en caso de ganarlo. Esa era la mayor preocupación entre esos inocentes niños que tan sólo querían divertirse junto a sus amigos. Los años pasan de manera tan inexorable que da miedo, la tecnología ha transformado a la sociedad y una pandemia golpeó los cimientos del planeta. Pero La Maratón resiste en forma de ilusión por ganarla para los más pequeños y en magia para aquellos antiguos alumnos que gracias al balón y al patio de su colegio volverán a la fantástica niñez al menos por un día.