En las categorías profesionales las cartulinas suelen venir motivadas por acciones del juego o protestas. Bajando escalones, ya uno se encuentra con situaciones como la tangana del Almería B en Armilla. Y ya en categorías provinciales de sénior o fútbol base un buen número sí que pertenecen a agresiones u otras pérdidas del componente racional ante miembros del trío arbitral o futbolistas. Y no, este periodista continúa en el bando de quienes creen que el fútbol no es un deporte violento, sino el reflejo de una sociedad que no ha sido bien educada o cuyos ascendientes, al igual que quienes pululan por el presente, tienen un coeficiente intelectual que da para poco.

Si ya uno de los mayores cabreos de un entrenador es que un jugador que se encuentre que aún no haya sido sustituido sea amonestado por protestar, mención aparte merece las multas económicas impuestas por la federación además de los encuentros de pérdida de sanción. A los clubes más humildes (los de verdad, no los de Primera Federación que cogen esa etiqueta a pesar de tener un copioso presupuesto) se les va cada temporada una buena cantidad de dinero en tener que pagar sanciones de jugadores y entrenadores. Es más que entendible que se vean amarillas y rojas por lances del juego e incluso habitualmente por alguna protesta, pero bien harían estos clubes en no proteger a sus entrenadores y delegados y obligarles a poner de su bolsillo esa cantidad económica para hacer frente al momento de pérdida de papeles.

Muchas entidades quitan la parte de la multa de lo poco que dan a los técnicos por hacer su labor. Bien haría el resto en imitar la conducta, incluso en poner una sanción extra a quienes muestran su poco coeficiente intelectual cada domingo en las instalaciones deportivas (incluso quizás así se alejaría de las mismas a algunos energúmenos). ¿Por qué tienen que hacer frente los socios y familias de los jugadores, con sus cuotas, de esas multas federativas?

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