Durante mi etapa de entrenador y maestro he conocido multitud de niños y jóvenes; cada uno, único y con sus características: más o menos tímido, más o menos activo, más o menos compañero... En todos los grupos que he tenido reinaba una gran educación más allá de travesuras propias de la edad y más allá de esa opinión de barra de bar que expone que las de los últimos lustros son generaciones que no saben comportarse y que muestran unos malos valores que no se veían en la época de quienes aseveran esa idea con total rotundidad. Los niños que ahora entreno, cosecha de 2011, llevan esta educación a su punto más álgido. Me he topado con otros con una escala de valores iguales o similares, pero a estos casi adolescentes nadie les gana en educación. Y es lo mejor que pueden tener, por delante de sacar notas sobresalientes o ganar todos los partidos.

A pesar de conocerlos bien, no hay día que no me sorprendan. Es hasta normal que haya algún comentario burlón en un equipo de niños en el caso de que venga alguien nuevo que esté a años luz de su nivel deportivo; estos ángeles, más allá, de reírse o simplemente callarse, echan incluso la mano al neófito para apoyarle a pesar de que el vínculo con el mismo era inexistente un par de horas antes. Es hasta normal que un niño no quiera desprenderse de sus juguetes, pero estos pequeños preguntan que a qué hospital pueden llevar tal juego para dárselo a "los de nuestra edad que lo están pasando mal". Es hasta normal abstraerse de todo cuando lo están pasando bien con sus amigos, pero ellos dan las gracias constantemente con una educación exquisita, haciendo gala de los buenos valores en los que han sido inculcados desde pequeños. Si alguien tiene que sacar esta sociedad a reflote, nadie mejor que personas como estas. Aún hay esperanza.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios