Todos conocemos a alguna pareja (amor romántico) consolidada como tal que ha alcanzado su estabilidad y madurez a la segunda intentona. Después de una relación inicial con frecuencia muy intensa, pero corta, sus caminos se separan para volver a encontrarse varios años después, con rescoldos todavía prendidos, alguna que otra espina clavada y deseos de volver a intentarlo. Habitualmente, la segunda es la buena, la que fructifica y arraiga.

El fútbol no es más que una representación a escala de la vida, y estas cosas también suceden en un universo que, recordémoslo, está configurado, como la vida, simplemente por humanos y sus circunstancias.

Así sucedió con David Cabello y el Polideportivo El Ejido, protagonistas hace tres años de un romance efímero que, a diferencia de lo que suele suceder con los amores estivales, se rompió precisamente antes del primer verano. Al míster y al club les había ido muy bien juntos en aquella experiencia, coronada con la consecución del objetivo del ascenso, y la mayoría de aficionados daban por hecho que seguirían de la mano, tal como deseaba el Poli. Pero Cabello ya advirtió al poco de acabar la competición que no estaba seguro de seguir, palabras que en todo momento se circunscribían a sus deseos de progresar en su carrera como entrenador. Se entiende que una oferta de la Cultural Leonesa, con pasado en Segunda mucho más reciente que el del Poli y un proyecto en teoría más ambicioso y dotado económicamente que el celeste, le sedujera hasta el punto de no aceptar la renovación propuesta. Sin embargo, la experiencia solo duró seis partidos oficiales, ya que fue sorprendentemente destituido en uno de esos 'ataques de entrenador' que a veces tienen los dirigentes.

Aquello fue duro para él y para Rafilla Morales, su segundo. Y para sus familias, claro. El fútbol de 'barro', ese que está alejado de los focos más potentes, tiene estas cosas. Como la vida, que un día te patea la cara y al siguiente te concede una segunda oportunidad. Ojalá ese amor fructifique.

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