A Vuelapluma
Ignacio Flores
Si vas de viaje sal una hora antes
Antonio Berenguel es un hombre machadiano, que percibe el olor a café, la brisa fresca, al vientecillo y al oleaje que enciende la primera luz del día. Antonio retrata el sol de color limón o membrillo que se refleja en un espejo que se proyecta en la bahía como un poema que nunca se acaba. La espuma de la cerveza y la jibia a la plancha son constituyentes de su diaria definición de una ciudad que conoce desde sus más profundas entrañas, así como una madre siente el latido de su hijo cuando nace. Antonio sabe nadar como un héroe homérico que adivina los conceptos que son tanto aristotélicos o platónicos.
La odisea de los días es una página que él sabe escribir con letra gótica y redonda. La ciudad cabe entera en su retina puesto que nuestro ilustre personaje tiene el sentimiento de un amigo del alma que no olvida nunca a sus amigos, los cuales eternizan la conversación que, creativa y profunda, adquiere la semántica de los clásicos grecolatinos que caligrafiaron con el don infinito del misterio. La intelectualidad de un saber inagotable como el agua azulada de los mares. Antonio se parece en muchos momentos a los remeros que, día tras día, esculpen el sudor de su frente con la armonía del tiempo proustiano sin cigarrillo, más que con cigarrillo, se asemeja a un actor de Orson Welles que convierte la pantalla en una novela o en un cuento de Julio Cortázar.
Querido Antonio, Almería eres tú; Almería es tu familia; Almería es tu voz cuando hablamos por teléfono. Ahora los momentos se hacen imposibles de conceptualizar, porque las emociones vuelan como una paloma torcaz y el sufrimiento se hace insoportable, como el sonido del silencio cuando el saxo de Antonio Muñoz Molina calla, para decidir lo imposible antes que lo posible.
Siempre les digo a mis hijas que me miro todos los días en tu espejo ya que Almería eres tú y tu bondad, veloz e inefable como el vuelo de una golondrina. Es un lienzo que Velázquez y Rembrandt inspiraron los penúltimos segundos de las madrugadas, que sueñan la otra orilla de la filosofía kantiana y de la métrica de Octavio Paz.
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