A Vuelapluma
Ignacio Flores
Por sus frutos los conoceréis
El toreo a la verónica tiene un nombre y un apellido: Antonio Ordóñez. Clasicismo y armonía; estética y arte de Rubens y Velázquez. Excelencia y plenitud, con la muleta, convertida en geometría de la verdad en el ruedo. Con la espada, hizo famoso el rincón de Ordóñez. Fue considerado como uno de los mejores toreros de la historia. Les faltan fundamentos a quienes de este modo piensan; entre ellos, el sabio Andrés Amorós. La escuela rondeña fue inconfundible en el contexto y en el metalenguaje de una tauromaquia distinta, por pura y helénica.Antonio Ordóñez Araújo era una antología del toreo sublime y profundo: de la composición de una sinfonía mahleriana y mística;b poética y honda. El toreo rondeño es la otra versión de la tauromaquia, la otra voz del sentimiento, la otra escritura de lo que en los ruedos se sueña con la métrica de los sintagmas, que fotografían los recuerdos. A modo de metáforas inéditas y enmarcadas por la intertextualidad del arte de Cúchares. Hoy, el ordoñesismo sigue vivo. Todo torero quiere tener algo del Maestro, de su concepto, de su temple, de su empaque, de su torería. De su música callada. De una tauromaquia, que contiene otros códigos y otras señales.
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