Hace años (muchos) que no voy a un botellón, y supongo que no será fácil verme ya en uno de ellos, aunque nunca se sabe. Los recuerdo con agrado, pues los relaciono con momentos muy felices y divertidos, entre amigos, con menos preocupaciones u obligaciones que las de mi vida actual y se me ocurre que por muchas otras cosas. Yo prefería los botellones 'mini', mucho más que los 'macro', y poreso mis amigos y yo teníamos nuestra propia esquina o zona en la ciudad, en aquellos tiempos en los que beber en la calle se toleraba. Si volviera a tener 18 o 20 años, sin duda volvería a irme de botellón. Quizá por eso ni me he echado las manos a la cabeza ni me he rasgado las vestiduras con el fin del estado de alarma y las imágenes que inundan por doquier medios y redes sociales, sobre gente (la inmensa mayoría, de esas edades) reuniéndose como si la pandemia ya no existiese. Existe, claro, pero las vacunas han supuesto un antes y un después en esta odiosa crisis. Los entiendo. La juventud se 'cura' con la edad y la juventud es diversión, amigos... y botellón. Es lo que hay.

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