El insigne articulista era la polifonía existencial que convertía en presente histórico a Quevedo y a Larra, con la sintaxis de quien transforma en antología ilustrada quinientas o seiscientas palabras. La genialidad puede ser metáfora o greguería. Pero escribir, como Camba lo hacía, en la portada o en la contraportada de un diario, solo está al alcance de quien transfigura la semiología del detalle en obra literaria; con la gramática del texto como fiel observadora del estilo, que enmarcaría Tom Wolfe. La prosa del universal gallego de Vilanova de Arousa es homérica en la rima del hexámetro, que reemplaza las preguntas por respuestas, cuando el alba aparece, indescifrada y sola, en los enigmas que indagamos leyendo Cien años de soledad. Hay tanta mentira en los siglos que la lectura es el espejo en el que nos hemos mirado para llegar a ser quienes somos. Julio Camba nos enseñó a buscar la verdad y a hacer de ella arte y sabiduría. Además de opinión, en las dilectas páginas de Diario de Almería, cuando el columnista descubre que su tiempo no es el mismo que el de Proust. Marcadas las horas, en la semántica de un fragmento de La vida del Buscón, a la vuelta de un nuevo capítulo.

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