Los recreos siempre han sido lugares en los que puede caerle una colleja -con o sin mano- a quien no sigue el paradigma relacional imperante, normalmente impuesto por los malotes y, en el mejor de los casos, por líderes buenos, compañeros con alma. Esto no ha cambiado mucho; antes bien, diría que la presión uniformadora del grupo es ahora más férrea de la mano de las plataformas de internet. Unos artefactos tecnológicos de prodigio y éxito sin precedentes, pero que tienen no poco de engendro, esto es, de plan perversamente concebido. Unos sitios que sirven para socializar, según su propio nombre indica, y entretenerse. Pero -disculpen lo pepitogrillo- también para embeber y narcotizar al personal de cualquier edad, según segmentos de intereses y edades. El patio de la escuela es hoy mucho más grande, y a la vez más estrecho: cuidadito con lo que haces, o puedes ser vapuleado y hasta lapidado en plaza digital con la gran palanca de la falta de cercanía física o el anonimato. Y más allá de esto, las grandes redes sociales son fuentes caudalosas de dineros por lo bajini: de comercio de datos, de identidades, de gustos y algoritmo (algo que te pilla el ritmo). De campos de batalla por el gran poder mundial.

Nunca antes tanto poderío económico se concentró en tan pocas manos; nunca antes tantas empresas del top del ranking fueron del mismo ramo, las tech; nunca antes hubo tantas estadounidenses entre esas 10. La tecnología ha obrado una concentración de poder corporativo a nivel geográfico y sectorial sin precedentes. Yo, que descubrí tesoros en Rota, Spain, no seré quien reniegue de USA, vicio del español orientalizante. La guerra por "los datos" y la geolocalización tiene muy en el punto de mira a los niños y los jóvenes, los próximos adultos. Hacerlos adictos a las plataformas es el núcleo estratégico de la contienda. Rusia en flagrante fuera de juego. China es el otro Gran Poder. Su red social es Tik Tok. Digo suya porque en China el control es de quien es, de la dictadura. Mientras que en EE.UU. impera, mutante, el corpocapitalismo, el comucapitalismo chino emerge con brío y mostrando -es un decir- sus credenciales. Es la red que más crece. Nosotros, los bípedos documentados con diez contraseñas, somos clientes y soldados a la vez. Smartphone en ristre. (Esta semana hemos comprobado qué frágil es nuestro reino virtual: la rotura de un mazo de fibra óptica en Murcia ha zarandeado en buena parte del país las conexiones, esto es, las vidas. En las provincias meridionales nos hemos salvado de esta: contemos nuestras bendiciones.)

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