Juan Antonio Ruiz Román, Espartaco, ha sido una de las grandes figuras del toreo. Tomó la alternativa en Huelva, a los dieciséis años. Manuel Benítez el Cordobés fue el padrino y Manolo Cortés, el testigo. Los toros fueron de Carlos Núñez. La perseverancia de Juan Antonio era infinita: de sol a sol, sin olvidarse de la luna, como testigo de una afición, sin límites. Juan Antonio buscó en la leyenda y encontró muchas páginas en las que inspirarse, pero siendo él mismo. Su prodigiosa técnica hacía que le sirvieran casi todos los toros. Y así fue en el ruedo de la verdad, donde un temple sublime surgía de su muleta. Sus comienzos fueron complicados y, después de matar la corrida de Barral, en la feria de Abril de 1985, pensó en retirarse, pero, a los dos días, cuajó al toro Facultades de la ganadería de Manolo González, y abrió la puerta del Príncipe. Las empresas, entonces, le abrieron las puertas de las ferias. Su éxito en las taquillas fue incuestionable. Lo mismo, que en el albero. Juan Temple Espartaco: el conocimiento y el estudio del toro, para hacer el toreo. El periodista Rafael Moreno, quien fuera su apoderado, analiza su perfil, humano y artístico, en un excelente libro. "El amor de mi vida ha sido el toro bravo", suele decir el diestro de Espartinas.

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