NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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Recuerdo que esta película me impactó mucho en su momento. A parte de por su trama y temática filosófica, a caballo entre el género distópico y el thriller, su atmósfera y ambiente futurista cyberpunk me cautivó. Por aquellos años me encontraba yo en mis primeros años de carrera en la escuela de arquitectura, y me pasaba los días empapándome de las obras de los grandes maestros del movimiento moderno. Le Corbusier, Niemeyer, Luis Kahn, Mies o Gropius eran de obligado consumo hasta aprender de memoria los trazos de sus plantas y secciones, pero gracias a la asignatura de composición arquitectónica y a su libro de cabecera “Después del movimiento moderno” de José María Montaner, pudimos ver que había algo más allá de Brasilia y de Chandidarh.
El brutalismo que surgió en los años 50, evolución directa de esta arquitectura del movimiento moderno, minimalista, geométricamente pura y sobria hasta lo descarnado empezó a extenderse por un mundo en efervescente desarrollo impulsado por la reconstrucción de la posguerra y por la descolonización de África.
Fue una época gloriosa para los arquitectos y su afán experimental, en el que grandes sumas de inversión pública sin afán de retorno regaron con generosidad el ego y la imaginación de muchos, en clara pugna por alcanzar la gloria. Universidades, edificios gubernamentales, monumentos y mausoleos, bibliotecas o iglesias empezaron a desnudarse hasta llegar al frío y contundente hormigón, en el que la escala de lo doméstico queda arrinconada, haciendo al habitante más pequeño e indefenso ante la formidable obra que le permite vivir.
En España, Carvajal, Oiza, Higueras o el camaleónico Bofill, bebieron de la fuente del hormigón. Sus obras son auténticos iconos culturales que han envejecido bien, y que despiertan por igual admiración y desprecio. Es lo que tiene el brutalismo. O te emociona o te provoca dolor de estómago.
Los escenarios en los que se ambienta la película de Gattaca, responden a esa idea casi nihilista que el brutalismo persigue. Una total ausencia de ornamento y atrezo, limpieza formal, minimalismo geométrico y materialidad contundente, que representa una época que pretende ser atemporal y en el que todo está programado y ordenado con un fin concreto. La especie desvinculada del humanismo individual en favor de un sistema o una máquina perfecta que se estructura como una cadena de ADN. Perfecta... hasta que aparece alguna mutación no controlada.
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