Juan Belmonte García, Pasmo de Triana (Sevilla, 1892-Utrera, 1962). Cercados y dehesas, a la luz de la luna. Trochas y veredas. En la dehesa de Tablada, aprendió a parar, mandar y templar.

El clasicismo perteneció a Joselito el Gallo; pero la verdad torera fue la del trianero. Juan Belmonte: amigo de Valle-Inclán, Baroja, Pérez de Ayala y Julio Camba, y lector de Stendhal y Dostoievski. Hemingway dijo que había conocido dos genios: uno era Einstein; el otro, Belmonte. Revolucionó el toreo. Nunca permitió que los terrenos fueran del toro, sino del torero: quietos los pies; juego de brazos. No quiso morir como su amigo Julio Camba: en un hospital, lleno de tubos. Un atardecer, en su finca utrerana de Gómez Cardeña, se negó a mandar en el último toro de su vida: la vejez. Sonó una sola detonación. Era Domingo de Pasión. Allí permanece el retrato que le hizo Zuloaga al símbolo del toreo: actitud gallarda, mirada insondable y abstraído del entorno. Vestido de grana y azabache.

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