Comunicación (Im) pertinente

Francisco García Marcos

Lenguas minoritarias

Lo políticamente correcto suele enmascarar razones más profundas y bastante menos edificantes

Las lenguas minoritarias vuelven sobre la mesa del escenario político, esta vez como aperitivo indispensable. Conviene aclarar que ese etiquetaje goza de visibilidad variable. En realidad, la mayoría de las lenguas del mundo son minoritarias en algún sentido. Sin embargo, hay una lenguas más minoritarias que otras. Las que gozan de mayor atención y consiguiente reivindicación son las pertenecientes a grupos hegemónicos en sus respectivas sociedades. Ello hace que unas encuentren soporte en sus aspiraciones, mientras que las restantes engrosan las filas de los desheredados de la fortuna. ¿Quién reclama la co-oficialidad del bereber en España, a pesar de ser el idioma vernáculo de un sector secular de la población de Melilla? Incluso entre las nacionalidades históricas se establece un gradatum más que sospechoso. Si no caben todas en Bruselas, el estado prefiere empezar por el catalán y después por el euskara. ¿Y el gallego, por qué el gallego está un escalón reivindicativo por debajo? Con esos poco halagüeños precedentes llegó la petición a Bruselas para dotar de oficialidad a catalán, euskara y gallego. Nadie dudaba del veredicto negativo de la petición. Suecia fue la portavoz europea aduciendo razones económicas. Lo políticamente correcto suele enmascarar razones más profundas y bastante menos edificantes. Lo que causa pánico en la Europa solidaria es el abismo que presagia la petición española. Si se abre esa puerta, pueden llegar nuevos inquilinos, como el corso, los gaélicos británicos… Puesto a ser exhaustivos, podría alcanzar minorizaciones más recónditas, como la del modesto bretón o el silencioso platt-deutsch o silencioso bretón. A ese paso, podría haber más intérpretes que eurodiputados, aunque eso sería un inconveniente menor. Lo aterrador para los comunitarios sería socavar uno de los símbolos del estado moderno y su centralismo consustancial. Más aún, terminaría difuminando las cuotas de poder dentro de la propia EU, con la consiguiente dificultad para ejercer como guardián político y económico. Solo que esta discusión tiene otro flanco. ¿De qué sirve realmente todo esto para las lenguas minoritarias? Ni se plantea la opción realmente sustantiva en el marco comunicativo de la UE. Ninguna va a tener estatus de lengua de trabajo, del que tampoco goza el español, porque está reservado para inglés, francés y alemán. Eso equivale a que, en el mejor de los supuestos, van a admitir su presencia en la liturgia comunitaria, poco más. Los parámetros de la política lingüística internacional son inflexibles y nada románticos. Hay lenguas que permiten circular por la Aldea Global y otras no. Así de crudo y así de real. El catalán va a seguir siendo una lengua local, con o sin pedigrí de la UE. Lo que debiera replantear su estrategia. ¿No sería más coherente, y rentable a la larga, reforzar el rol que tienen y dotarlo de marcadores sociales positivos? Ser pequeño no es una desgracia, sino otra manera de ser.

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