OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
ALBRICIAS! Por fin se ha regulado el acceso a la abogacía. Veremos en un par de años si funciona pero, por lo pronto el que exista algo, un designio minúsculo pero designio al fin, para purificar el escenario, es noticia jubilosa. Porque la Carrera de Derecho al uso, está lejos de garantizar buenos abogados. Porque sin buenos abogados es imposible que exista justicia. Y porque dejar la instrucción de la abogacía, como hasta hoy, a la autocracia de las pasantías, suponía seguir primando el rito endogámico de un gremio donde el hijo del Abogado ejerciente, jugaba con ventaja sobre el resto de licenciados rasos. Decía aquel insigne togado que fue Angel Osorio, que en el Madrid de 1919 habría unos 11.000 licenciados en derecho, aunque colegiados solo 2500; que faenaran de Abogados, unos 200 y que lo hicieran en exclusiva, no más de 25. Sin embargo entonces, y ahora, Abogados se les llamaba a los 11.000 licenciados. Esa percepción madrileña, extrapolable al resto del país, daba pie a chascarrillos como ese de que en esta España de nuestros pecados, todos somos Abogados, al menos, hasta que no se demuestre lo contrario. Y algo habrá, no crean, porque el amateurismo jurídico deshonra, implacable, la realidad de esa otra heroica abogacía, virtuosa en el talento y abnegada en el celo, que clama contra la injusticia sin rendir su conciencia a nada ni nadie. Que no sabe volar a lo gallina sino que repta entre esas temibles breñas que emanan de la iniquidad y el absurdo. Su origen es tan antiguo como la ignorancia del indefenso enjuiciado, aunque sea a Pericles y, luego, a la enjundia del derecho romano a quienes se apele para justificar a los peritos en leyes. Justiniano les exigía no menos de 5 años de estudio. Pero en España al "bocero", -porque no tenía más apero que su voz- no se le honró hasta Alfonso el Sabio, que les impuso acreditar limpieza de sangre y jurar lealtad al Tribunal, para no engañarle, ni sobornar testigos, entre otras chuscadas fijadas para acceder a la matrícula de los abogados.
Desde entonces la sociedad civil, algunos juristas, y el sentido común, llevan siglos clamando por tasar el acceso a la profesión, que hoy ya sólo en España no exigía más título que una licenciatura universitaria trasnochada. Y así nos iba, y así nos va. Por eso es bienvenida la nueva normativa de acceso a la abogacía. No porque resuelva por sí las deficiencias pero, quizá, las restará. Y porque no hay buen guiso sin buenas viandas y ese, justo ese, es uno de los grandes males de nuestro sistema judicial. Unos operarios jurídicos togados pero rancios para forjar buen caldo. Ojala la nueva norma lo remoce. Pero no lo hará por sí sola.
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