Grandes auriculares donde imagino berreando algún tema de lo que antes se llamaba música, con millones de escuchas en Spotify y dudosa catalogación (¿trap? ¿reguetón? ¿mierda de cabra?). Mirada al frente y mariconera bajo el brazo, que quien no la porta hoy no merece vivir en esta sociedad de exhibicionismo y tontería. Rostros serios casi hasta la lágrima en lo que pareciera ser, a tenor de semejante catálogo de ceños fruncidos, un paseíllo al mismísimo patíbulo. Pero no, no se dirigen a la horca, ni serán fusilados al amanecer: acuden a jugar un partido de fútbol en una de esas citas para elegidos que se celebra cada muchas lunas y en la que, además, representan a todo un país. Al suyo. Niños y adolescentes, y los padres de muchos de ellos, llevan varias horas a las puertas del hotel, bajo el sol, con la esperanza de verlos pasar fugazmente. Ni siquiera aspiran al autógrafo, esa utopía inimaginable a estas alturas. Palmas y gritos atronan con la salida del primero y hasta que el último llega al bus. Mirada al frente, caras de póker. Ni un gesto. Ni un saludo. Mariconera. Vaya panda de desgraciados.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios