El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
Identificar el momento en el que hay que dar un paso atrás, y abrir la puerta a quienes vienen empujando y solicitando el sitio que tú ocupas, no es fácil en nuestra sociedad actual. El culto a la juventud y la necesidad de que parezca que por ti no pasa el tiempo, con ajustes y arreglos en cuerpo y alma para permanecer inalterable a los ojos de los otros, tiene difícil encaje con el respeto a los mayores y a su conocimiento del mundo, porque el dicho de tu abuela, sabe más el diablo por viejo que por diablo, se te antoja desfasado a la vista de los acontecimientos.
Asistes a la lucha por la presidencia del país más influyente en nuestros días, cuyos protagonistas rondan los ochenta años, chocando con la tendencia del ascenso de perfiles más jóvenes y en desarrollo, al menos en política. Por otro lado, la despedida de un fantástico futbolista, en el apogeo de su trayectoria profesional, con treinta y cuatro, te resulta cuando menos un derroche, porque todavía parece tener recorrido en la alta competición.
La dicotomía entre permanecer, aunque te vayan faltando las fuerzas, o irte en tu mejor momento, para que el recuerdo que se tiene de ti sea el mejor posible, se produce en todos los órdenes de la vida. En el trabajo, en el amor, en la política, e incluso en la salud, decidir el momento en que no continúas requiere asumir la conciencia de uno mismo, y de lo que de verdad importa.
Quienes consideran que se están acercando a la edad en que parece que ya no hay nada nuevo bajo el sol, o que han dado todo lo que tenían para aportar en las mejores condiciones posibles, toman el camino de salida sin remordimientos, disfrutando el momento, aunque los echemos de menos. Hay otros que no lo hacen, por valentía y puro espíritu de lucha, que no deja de ser encomiable, y asistimos a su declive con el corazón encogido.
Pero a los que no abandonan por vanidad o por orgullo, por creerse imprescindibles, y especialmente en el caso de estos últimos, valdría la pena recordarles que quizá no vale la pena, que toda una vida de éxitos se empaña por una mala decisión de última hora, por un comentario inapropiado, por un no ver que ya no somos quienes fuimos, porque ya no es tu tiempo, y no tiene que ver con la edad, sino con lo que se venía llamando el saber estar, conocer cuál es tu sitio y tu momento. Dejarlo es un arte con pocos virtuosos, especialmente en la política.
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