Los significantes de sus columnas eran fotografías maestras; jirones de existencia que se proyectan en la renacentista semántica de la observación; gramática interpretativa de un mensaje, que comienza con «Luces de bohemia» y termina en la realidad humana bañada en un piélago de luz viva. ¿Para qué, entonces, la literatura, cuando los contornos de la geometría de los instantes traspasan los ámbitos de la propia omnisciencia? ¿Para qué otra sintaxis, si esta praxis literaria ha mecido la privilegiada atalaya del tiempo en la cuna del idioma? «Umbral lanzaba las palabras más lejos  «Creó el lenguaje de nuestra generación. Es la cima de la escritura. Floreció el idioma», caligrafió Raúl del Pozo. Francisco Umbral, reportero del epígrafe que siempre tuvieron los artículos de «Fígaro». Exégeta de Ava Gardner, con su «minifalda de tartán» y una copa de «Dom Pérignon» en la mano. «El animal más bello del mundo» (como la llamó Louis B. Mayer, jefe de los estudios MetroGodwyn) entre Frank Sinatra y Luis Miguel «Dominguín». Haciendo alba el éxtasis del amanecer.

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