Un binomio inseparable

Parecemos siempre dispuestos a celebrar la muerte, llegando siempre tarde a celebrar la vida (que se nos olvida en ese día de fiesta)

Hay realidades que son cara y cruz de una misma moneda, inseparables. Una de ellas siempre será la versión positiva, mientras que la otra será la versión negativa del mismo acontecimiento. Algunas están tan indisolublemente unidas, tan juntas, que no puedes vivir una de ellas sin perderte la otra. Pero, así es la condición humana, cada cual nos empeñaremos en destacar una sobre la otra. Cuando es así nos perderemos una de las mitades, además de no saber disfrutar en plenitud de la otra.

Por eso la Iglesia católica ha puesto tan juntas la festividad del Día de todos los Santos (el 1 de noviembre) y el Día de todos los Difuntos (el siguiente, el día 2): celebrar la vida y la muerte, lo mejor y lo peor que nos puede suceder, uno al lado del otro. Porque la experiencia humana ha de ser toda celebración…, aunque al final nos ha llegado, mucho más, que lo de celebrar esos momentos importantes es más una pesada carga que una gran fiesta.

Nos pasamos toda la vida aprendiendo a vivir antes de que la muerte nos ahorre ese esfuerzo. Y lo hacemos, en muchas ocasiones, desde el autoengaño, desde el consuelo del meme, ya sea en la red de redes, ya sea en el refranillo que consuela la huida de la reflexión serena. Cuántas personas huyen del consejo de san Pablo cuando leemos su deseo de que aspiremos a "ser perfectos como lo es nuestro Padre del Cielo", pero abrazamos la profundidad (léase en toda su profundidad mi sarcasmo) de ese coach que te insiste en un autodefinido "sé tú mismo"; ¡como si no hubiese en nuestro propio ser una cantidad de mierda que precisa ser excretada! Pero consuela no tener tareas pendientes; nos da una excelente sensación de seguridad, aunque sea falsa: nunca dejaremos que nos interpele.

Me llama la atención que sea festivo el día en el que la Iglesia celebra la vida, que no lo sea el día en el que recuerda la muerte…, ¡y que el pueblo los confunda sin mayor reflexión! Parecemos siempre dispuestos a celebrar la muerte, llegando siempre tarde a celebrar la vida. Y es que nuestra sociedad es inteligente hasta donde le interesa: estas fechas se viven en torno a la muerte con las visitas a nuestros difuntos en cada familia en los cementerios… aprovechado el día festivo, que es realmente el día en el que debemos celebrar nuestras capacidades, lo mejor de cada cual. Preferiremos siempre celebrar la muerte… aunque ahora lo moderno ¿no sería llamarla Jalogüín?

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