Del buenismo y su antónimo

Dar veredictos sobre la posible ilegalidad de aspectos sujetos a interpretación no deja de ser sectario

S EGÚN el curriculum oculto dominante entre los alumnos, los profesores se clasificaban, en "huesos" y "mogollones". Parece que los primeros se especializaban en aplicar un rigor desmedido, decían los discentes, y buscaban el fallo del alumno obviando lo bueno que pudiera haber en los exámenes o trabajos personales. Los segundos, por el contrario, aquilataban los méritos y los aspectos positivos, perdonando o mostrando una gran comprensión con los errores que se pudieran haber cometido. De alguna forma puede trasladarse esta clasificación a los juicios que se emiten sobre algunos de los políticos y sus decisiones. Normalmente solo está conceptualizada o verbalizada una de las posiciones, la correspondiente al mogollón: se habla de "buenismo". Son "buenistas", en esta precisa coyuntura, los que se están mostrando proclives a pasar página en el tema de los independentistas catalanes. Recurriendo a la concordia como objetivo se propusieron aplicar un indulto para excarcelar, después de una larga temporada entre rejas, a los que los tribunales consideraron máximos responsables de lo que se tipificó como delito de sedición. Creen los "buenistas" que más vale una gota de miel que un barril de vinagre en aras de superar la pésima situación que se ha vivido, y se vive, en Cataluña. No se ha bautizado la actitud correspondiente a los duros. Propongo denominar su posición como "malismo" y a ellos, "malistas". Consiste su actitud en poner sobre el tapete todos los agravantes que acompañaron a las decisiones de quienes declararon la independencia de Cataluña, siendo todo tan grave que no cabe la comprensión. Pero llegan más lejos por cuanto se centran también en resaltar la fatuidad del objetivo de la convivencia y, aún más, la falsedad de las intenciones del más falso de los buenistas. Uno puede entender que haya un profundo desacuerdo sobre las consecuencias del indulto: o que sea un punto de arranque para solucionar el problema de una mitad de los catalanes, o que sea un absoluto fiasco y que lejos de ser una solución no haga más que incrementar las tensiones. Se pueden dar argumentos probabilísticos esperando que hable el futuro y que cada palo aguante su vela. Sin embargo, centrarse en la posible ilegalidad de aspectos que pueden estar sujetos a interpretación dando veredictos antes de que se pronuncien los tribunales no deja de ser sectario.

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