Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
En un país donde hay más perros que niños -pero no unos cuantos, sino hasta tres millones más de chuchos que infantes-, y donde el número de divorcios supera al de casados, o donde son mayoría las parejas sin matrimoniar, si un día te invitan a celebrar la boda de oro de un par de abuelos lozanos, jaleados por festejantes de toda ralea, lo primero que te atrapa es la impresión de estar ante algo exótico, algo que, como el oro -metal que realza un brillo indómito y perenne-, no está al alcance de cualquiera. Algo insólito que, si lo piensan, invita a la reflexión justo por su singularidad, ya que, ¿se lo imaginan?: hablo de ¡cincuenta años seguidos compartiendo besos y risas! Y es que si el amor, el “eros”, te arrastra a los brazos amados, luego es solo la bendita risa lo que te retiene entre ellos, que la risa es un atributo genuino del cariño amistoso de eso que llamamos ‘philia’, un sentimiento que durante la vida va de menos a más, mientras que “eros”, el ardor enamoradizo, explota al principio pero cursa luego al revés, y va menguando a menos. Pura ley de vida.
Pero luego está, también, la clave de ir cincelando durante esos cincuenta años el arte de la paciencia que, como la sal, es el tercer nutriente indispensable para sobrevivir. Un don tan precioso, o acaso más, que la risa: saber doctorarse, justo, en esa santa paciencia, que no es pasividad, porque no en vano la voz paciente, comparte raíz con compasión o con patíbulo, por ejemplo. Y por eso, aplicada al tesoro conyugal, quizá se identifique mejor con esa tolerancia -inconciliable con la histeria o con la ira-, que aflora y se expresa como una calma serena ante las inevitables complejidades convivenciales del entorno.
Así que esas son las claves para ganarse una feliz boda de oro: el “eros” que prendió la mecha, la “philia” que la impregnó de risa, y la paciencia que mantuvo encendida la ilusión de madurar en parejo, por encima de los afanes posesorios o de intermitencias pasionales. Tres virtudes que he visto reflejadas en Pilar y Santiago, los protagonistas del enlace áureo que les decía, que han sabido conciliar su proyección empresarial, aupando a Viajes Cemo entre las agencias de viaje de prestigio internacional, con la crianza de una familia maravillosa. Una boda de oro que más que el final de nada será, sin duda, continuidad de nuevas etapas dichosas. Porque lucidez, no les falta. Enhorabuena, queridos.
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