Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
A veces, los insultos rotundos cambian su naturaleza y se utilizan incluso a modo cariñoso, o para ponderar cualidades no necesariamente desagradables o despectivas. Cabrón, dicho así, resulta bien propio de esto último. Sin embargo, cosa distinta parece decir de alguien que está hecho un cabroncete o, ahora con el aumentativo enfático, que es un cabronazo. Así ocurre por esa figura retórica de la antífrasis, de modo que se designen personas o cosas con palabras que signifiquen lo contrario de lo que, con ellas, quiere decirse. La cualidad adjetiva de cabrón, en término coloquial, si bien no poco malsonante, se aplica, en su acepción de hacer malas pasadas o resultar molesto, tanto a personas como a animales o cosas, luego parece extendida esa malévola condición. Acaso también podría buscarse algún parentesco con el macho cabrío, que en la mítica Arcadia griega era símbolo de fertilidad, aunque el cristianismo medieval lo asoció a Satanás, el macho cabrío que se rebela y no sigue a Jesús, el buen pastor, al que reconoce su rebaño y le sigue. Más prefería Satanás, en cambio, los aquelarres, nocturnas asambleas brujescas que daban para la promiscuidad orgiástica tras ritos y prácticas diabólicas. Razones habrá, en fin, para el contradictorio atractivo del cabrón.
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