Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Recientemente, el Washington Post ha hecho lo que tenía que hacer, lo que tendríamos que estar haciendo todos y todas, todo el tiempo: detenernos, parar el mundo ante la muerte, mostrarla con toda su dureza, denunciarla e intentar que termine de una vez por todas la locura en Gaza. Han muerto ya más de 60000 personas, de las cuales 18500 son niñas y niños. Más de 900 asesinados antes de su primer cumpleaños; Ayloul, de la que su prima decía que era «la chica más guapa que he visto en mi vida», con 7 años; Mahmoud, de 14 años, al que le encantaba el fútbol; Sannd solo tenía 70 días cuando lo mataron; Tariq, de 5 años, que soñaba con ser pediatra; Sham, con 7 años, asesinada el día después del quinto cumpleaños de su hermana; Hala, de 14 años, a la que le encantaba dibujar y bailar; Reem, de 3 años, «alma de mi alma» (decía su abuela); Tala, de 10 años, asesinada mientras llevaba sus patines rosa; Hind, de 6 años, encontrada fallecida 12 días después de estrellarse y no poder rescatarla del coche en el que iba con seis familiares (que fueron asesinados); los cuatro hijos de Youssef, con 11, 10, 6 y 3 años; Kenan, con 9 años, al que le encantaban las matemáticas. Muchos de ellos, dice el citado periódico, fueron asesinados en sus propias camas. Otros, mientras jugaban. Muchos murieron antes de aprender a caminar.
Dentro del universo de datos, números a toda velocidad, vídeos que no duran más de 30 segundos, verdades a medias y manipulación mediática, es muy importante que nos detengamos a pensar que detrás de cada uno de esos 18500 niños y niñas hay una historia, una esperanza que ya no será, un futuro que ya no existe. Mientras occidente languidece en el sofá viendo Netflix y tiene su cerebro anestesiado por Instagram, Tik-Tok, X y Facebook, hay un lugar que se ha convertido en el infierno en la tierra. Allí asesinan a un niño o una niña a cada hora. Mientras lees esto, es muy probable que alguno esté muriendo.
«¿Quién puede hacer poesía después de Auschwitz?», decía el filósofo Theodor W. Adorno refiriéndose al final de la civilización, a que nada tiene sentido ante tanta barbarie, a que cualquier sistema de valores se desmorona ante tanta crueldad, tanto dolor. ¿Quién puede ahora hablar de educación, de ciencia, de progreso, de derechos, de trabajo, de arte, entretenimiento o de cualquier otro tema, mientras soportamos este nivel de sufrimiento? El genocidio en Gaza tiene que terminar. Ya.
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