OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
Hermoso discurso de Eduardo Mendoza en los Premios Princesa de Asturias. Tiene nueve años más que yo y parece tener unos cuantos menos. Además de la naturaleza, es cosa de las siempre rejuvenecedoras inteligencia e ironía. La primera le sobra y la segunda la usa con un ingenio no hiriente –“los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto”– que le permitió decir cosas tan divertidas y acertadas, sobre todo en boca de un escritor famoso y reconocido, como esta: “Este premio ha sido para mí (…) también un incentivo, porque yo, si no me miro al espejo, todavía me considero una joven promesa de la Narrativa Española: lo último que se pierde no es la esperanza, sino la vanidad”.
Hizo sin pedantería un hermoso elogio de los libros y la lectura –“tuve la suerte de nacer y criarme rodeado de libros y de personas que me leyeron en voz alta”– jugando con la paradoja al aludir a su educación escolar y su ciudad: la primera le inculcó las virtudes del trabajo, el ahorro y el decoro, “gracias a lo cual salí vago, malgastador y un poco golfo, tres cosas malas en sí, pero buenas para escribir novelas”; la segunda, Barcelona, “tranquila, laboriosa y conservadora”, era también “una ciudad portuaria, viciosa y canalla” con un “interesante pasado turbulento y criminal del que me apropié para escribir mis novelas”.
Pero sus palabras más hermosas fueron estas: “Alguien me ha llamado proveedor de felicidad. Es el mejor elogio que he recibido en mi vida y me gustaría que fuera cierto, aunque sea en dosis homeopáticas”. Lo dice alguien que, desde que lo conocimos hace justo 50 años con La verdad sobre el caso Savolta, ha logrado eso tan difícil que es llevar la literatura de entretenimiento a su máxima altura literaria. Sin renunciar a regresar a las fuentes del folletín de Eugenio Sue o nuestro Emilio Carrere (¿no tiene su Barcelona mucho que ver con el Madrid de La torre de los siete jorobados que tan admirablemente llevó al cine Edgar Neville?). Un gusto por el folletín que le llevó a publicar dos novelas por entregas en El País, cosa, por otra parte, que hicieron todos los grandes desde Dickens a Galdós.
Es importante que un autor tan reconocido diga que el mejor elogio que ha recibido es haber procurado felicidad a sus lectores. Una felicidad, añado, inteligente.
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