Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
El otro día estuve charlando con Mario Sanz en su faro, el faro de Mesa Roldán en Carboneras. Al principio cuando llegué no me reconoció, pensaba que era alguien que tenía una cita para ver el museo. Mario Sanz tiene un faro con un museo sobre faros, donde hay miles (literalmente) de objetos, relacionados con los faros. Cuadros, figuras, mapas, cartas, fotografías de todos los fareros que ha habido en Almería y no sé cuantos objetos y cosas más, libros de registros antiguos de los faros, documentos todos ordenados y puestos en vitrinas cuidadosamente elegidos, guardados y mantenidos. Mario, el farero, enseña su museo y su faro, y recalco, “su” museo y faro, a quién quiera visitarlo, previa cita. Viene gente de todas partes a ver este museo único, es posible, en el mundo. Tal vez haya otro igual, pero no hay otro farero igual. Mario interviene regularmente en la radio hablando de naufragios, piratas, vidas de fareros antiguos, sucesos de la mar cercana, cercana a los faros, faros que quiero imaginar con fareros viviendo allí, permaneciendo en el faro las veinticuatro horas del día, trescientos sesenta y cinco días al año. La profesión de farero desaparece, desapareció hace años de hecho, solo quedan los pocos que tienen que terminar su relación como funcionarios del ministerio correspondiente, del negociado y jefatura que les administra, y tienen que terminar como termina la oprobiosa vida laboral de todo el mundo, por edad, que parece que es solo una hoja de papel de funcionario gastado. Pero Mario es más que eso, mucho más que eso. Aunque con la sencillez llana de los grandes se quita importancia, con su jubilación puede que desparezca todo y sólo quede el cascarón del faro, muerto, ya sin alma, que puede que se vaya a no sabemos dónde. Mario quiere seguir con “su” faro y “su” museo pero ya no es decisión suya. Yo no sabía todo esto y le dije que podía hacer un dibujo de su faro, un dibujo que no fuese como los demás, sin captar la posibilidad de que ya no se pueda acceder al recinto vallado del faro. Igual tendré que invadir furtivamente el recinto, saltar la valla, pasarme las normas por el forro y sentarme allí como un proscrito a hacer su dibujo, con todo mi amor y mi mejor técnica y todo el corazón puesto en captar el alma que esperemos, no se vaya del todo, ni él, lejos de allí, que nos dejen a todos volver y seguir con su luz, la de Mario, el farero.
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