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DESPUÉS de Franco, las instituciones. Después de morir el dictador, serían las instituciones del 18 de Julio las encargadas de conducir el país. Tal era el plan que de modo tan acertado resumió en una única frase el intelectual falangista Jesús Pueyo, lo que incluía a una monarquía cuya legitimidad no estaría tanto en la continuidad de los borbones españoles como en la victoria guerracivilista.
Juan Carlos I heredó de Franco al presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, que lo fue hasta que el Rey se hartó de su inmovilismo a la vuelta de un viaje a Estados Unidos. Arias era partidario de una raquítica reforma de las leyes fundamentales del Reino para dar a luz una democracia con apellido, una “democracia española”.
Entre la muerte del dictador y la destitución de Arias mediaron siete meses en los que se sucedieron decenas de miles de huelgas en todo el país con un carácter tanto laboral como político y en las que, básicamente, se reclamaba libertad. Durante una de esas jornadas murieron de disparos cinco trabajadores y estudiantes en Vitoria cuando la Policía Armada cargó contra una concentración que se había reunido bajo el techo de la iglesia de San Francisco de Asís. Al régimen se le había ido medio país de las manos, los cuerpos policiales perdieron el control de las universidades, de Barcelona, del cinturón de Madrid y del País Vasco. En más de una ocasión Nicolás Sartorius lo ha resumido así: el dictador murió en la cama, pero la dictadura murió en la calle.
La designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno en julio supuso el inicio de una negociación con la oposición, aunque habría que esperar al 18 de noviembre de 1976 a que se aprobase la ley para la reforma política, la norma que acababa con las leyes fundamentales y convocaba las elecciones para unas nuevas Cortes que serían constituyentes. Diario 16 tituló ese día a toda plana: Adiós, dictadura, adiós.
La oposición democrática había intentado paralizar el país seis días antes con una convocatoria de huelga general que logró detener centros industriales, pero que no fue plena. Lo que hubiera sido una ruptura democrática pasó a ser, de la mano del Rey y de Suárez, una ruptura pactada, sin depuraciones, pero cuya principal virtud fue la participación de la inmensa mayoría del espectro político, incluidos los que venían desde dentro del régimen.
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