Grandes capitanes

23 de julio 2025 - 03:10

La soledad es la redacción de un periódico vacía, con el director solo al fondo tecleando en un ordenador, en un despacho con varias máquinas de escribir antiguas como reliquias de febril tecleo y humo de tabaco de redacciones pasadas, como las de la película Superman. Como la de la película Todos los hombres del presidente. Sacando un folio rápidamente de una Olivetti y dejándolo en una bandeja, y un director gritando. Ahora el director es el que abre la puerta y el silencio es absoluto. En la oficina contigua hay un notario, mejor dicho, dos, notario y notaria. Los señores mayores que van a firmar alguna cosa miran en el panel el piso donde está la notaría, es el segundo, señora, yo también voy, sólo que yo no voy a firmar nada. Sólo voy a resolver algún que otro lío que requiere protocolos y legajos, firmas y rúbricas, papel notarial, sellos con el lema Nihil Prius Fide, nada antes que la fe, que es un sello y no es un sello, es más bien una pegatina. La fe, pues, es antes que todo, lo principal, antes que el café, antes que la pastilla, antes que el esbozo y sobre todo antes que irte a volver a volver a otro sitio fuera del mundo, lejos de notarías y periódicos. El mundo es creerte un turista, por Granada, un día de diario, ajeno a ese otro mundo que siempre parece que se desmorona un poco más, no el tuyo, siempre el de otros. Buscando la inspiración, ahora por fin dibujo a cada instante lo que veo, esquivando las mortificadas poses de los artistas callejeros que se plantan frente a una fachada encuadrando su motivo. Yo hago lo contrario, me planto en la terraza de un bar, qué mejor motivo, con un refresco sobre la mesa dibujo lo que veo, que no será lo mejor, o sí, no hay mejor posición ni motivo. Iba a decir con una cervecita o un whiskito pero sólo bebo café o coca cola zero. Pero el motivo es igual de inmejorable, frente al Monasterio de los Jerónimos en Granada, donde está enterrado el Gran Capitán (dato que por cierto, a los viandantes les importa un pito), con sus contenedores de basura tapando los bajos de la egregia fachada arquitectónica, viendo solo un escorzo, como diría utilizando mal el término otro que se creería un verdadero artista, dibujo todo rápido y me piro. El japonés aquel se postraría delante con una vista perfectamente frontal y dibujaría con precisión, horas, caballete y lápiz bien afilado. Eso exactamente, nada antes que la fe.

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