La huida

Una artimaña, un discurso, una pancarta, una ley, una apisonadora de contrarios

Los sábados que dices que vas a un pueblo perdido entre las curvas a ver como es eso de los museos de cosas antiguas que gestionan unos cuantos locos de atar que les gusta conservar todas las cosas antiguas que le dan. Que iban a tirar a la basura del contenedor de desperdicios del tiempo y la memoria. Libros, letreros, botones, una tienda entera, la regla de madera del profesor, el cine nic, el vestido de novia de negro riguroso, cuando las bodas se hacían a las 5 de la mañana, mi abuela por ejemplo, según me han dicho o creo que me han dicho. Es indiferente que me lo hayan dicho o lo haya soñado porque la memoria son solo recuerdos de los que nunca sabes si realmente fueron o no ciertos. Los mapas físicos y económicos, la lata de ducados, el pizarrín. En el estanco falta el letrero de tercena, el secador de tinta. El escribiente que pausadamente escibe las escrituras de notario (por eso se llaman escrituras), que escribe cartas para que los que no saben escribir. En la mesa antigua de la casa siempre pendiente de arreglos siempre está el tintero presto para que el padre (bisabuelo) copie partituras, escrituras, cartas, en las tardes de café traidas desde Almería en el correo sin televisión y con posible radio armatoste en la mesa con huecos rellenos con cera. Tardes de escritura de secretarios de ayuntamiento con tardes libres. Humo de cigarros lentamente liados. Señoritos de bigote acicalado, chalecos de franela, sombreros y corbatín. Carros enteros de objetos que van a las depuradoras de la historia para convertirse en absolutamente nada, impolutos pisos de estreno minimalistas donde la nada es lo más importante, el vacío, la inexistencia que vuelca montones de estiércol en la pira llena de ceniza de la cultura. La cultura no era preservar sino destruir y crear humo de banalidades. Por suerte (en realidad, desgracia) no somos los únicos locos de atar, vienen más, pero sólo vienen a mirar los objetos salvados de la hoguera enjaulados, como monos de feria en vitrinas, y se van luego a zampar como devoradores de todo lo existente. Es mentira que todos quieran compartir el deseo de preservar la historia a través de los objetos. Están muy bien en el museo que gestionan otros, pero vade retro de mi casa impoluta. En todo caso la historia y la memoria será lo que yo decida que sea. Una artimaña, un discurso, una pancarta, una ley, una apisonadora de contrarios.

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