El balcón
Ignacio Martínez
Sin cordones sanitarios
¿qué podrían tener en común la conquista del Everest, el amor entre Romeo y Julieta o las viejas historias del oeste? Pues, con un poco de atención, se apreciará que el aroma a lo imposible se filtra en todas estas historias. Y es que enfrentar la pequeñez del ser humano con la enormidad de un imposible convierte al primero en una suerte de héroe, de esos que se vienen glosando en gestas tan viejas como la propia humanidad. Aunque la cobardía sea un valor que cotice al alza últimamente, el hombre, por naturaleza, tiende a la superación constante. Desde el punto de vista biológico somos unos animales notablemente inadaptados. Somos cachorros durante muchos años y ninguno de nuestros sentidos destaca especialmente. Pero, amigos míos, nuestra mente y nuestro corazón, unidos con el delicado hilo de la pasión, hacen que deseemos enfrentar cualquier reto que se nos presente. Los continentes perdidos, la inalcanzable luna o los océanos abisales alientan nuestros impulsos más humanos.
Lo imposible se nos antoja un reto, un desafío. En muchas ocasiones se convierte en el auténtico sentido de la vida. Lo imposible también deviene en inspiración genuina. Superar lo inaccesible conduce a nuevos enfoques, soluciones e ideas que de otra manera no habríamos alcanzado a colegir. ¿Y qué me dicen del romanticismo y la mística que envuelven a lo imposible? Aquello que resulta inalcanzable termina inspirando sueños y anhelos. Puede incluso terminar vertebrando una auténtica cultura. ¿Cuántos pueblos han inspirado su cosmología en mitos imposibles? Todos. ¿Cuántos versos han desatado los amores evanescentes? La mayoría.
La cima del Everest es el símbolo de una coronación. Como el Sísifo griego, pasamos la vida subiendo una piedra redonda, ladera arriba, para luego dejarla caer y empezar, a la mañana siguiente, un nuevo ascenso. El Everest quiebra el vicio y nos deja solos y libres, en lo más alto. Romeo y Julieta representan el amor prohibido, aquel que alguna vez se sintió pero nunca se reunió el valor de alcanzar. Pero no se preocupen, si no es en esta vida será en otra. Y el oeste, el viejo oeste, supone la última frontera. Un lugar infinito donde adentrarse hacia territorios ignotos. Allí, la aventura y el peligro se juegan tu vida con un as escondido en la manga. Lo inalcanzable ofrece, a menudo, más que aquello que tenemos en las manos. Busquen un imposible y vayan un poco más allá.
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