Editorial
Congreso del PSOE: manual de resistencia
No debieran los telediarios ni los reportajes televisivos presentarnos las imágenes de la tragedia valenciana subrayadas por esa música triste, ni por ninguna música. El dolor no necesita ser subrayado porque las imágenes por sí solas arrastran su propio torrente de emociones con las que te sientes atrapado, sin escapatoria posible, y sientes la impotencia del que no sabe qué hacer, porque no tienes nada que hacer sino sentir. Esa es la única música de fondo que pocos perciben subrayando la impotencia del ser humano ante la naturaleza. Apenas lloro, pero me ha emocionado hasta las lágrimas el vendaval de solidaridad y arrojo de la gente que alivia el desconsuelo de quien sufre. He llorado al ver el esfuerzo de vecinos anónimos compartiendo su hogar con quienes se han quedado a la intemperie, a jóvenes arremangados que leudan el amasijo de su propio dolor rescatando a sus paisanos de la desolación o a los profesionales arriesgando sus vidas en complicadas operaciones de salvamento.
Y sientes rabia cuando en medio de una tragedia así hay maleantes que saquean a cualquier hora del día o en la oscuridad de la noche comercios, supermercados o casas desprotegidas, y extraen lo peor de su condición humana. Y sientes rabia cuando hay gentes que arrojan el fango digital de los bulos, cargados de mentira y mucho odio, sobre gente desprotegida por el dolor. Entonces no sabes si ante esos maleantes -unos con linternas de noche y otros con ondas hertzianas o Meta, Facebook o Instagram, la matriz de esos dos dos gigantes del silicio- sentir vergüenza de pertenecer a la misma especie humana, o llorar.
Con el tiempo a la tragedia de los pueblos valencianos o castellanos se les sacará la enseñanza de mejor gestión y formará parte de la memoria colectiva del olvido. Ni los purificará ni los hará mejores ni dimitirán, salvo que tengan que sentirse agradecidos por haber rescatado del fango el cuerpo desnudo y amarillento de un padre, un hijo o una esposa. Sin embargo, para los que han perdido a sus seres queridos, el olvido nunca formará parte del lacerante período que viene tras el dolor.
Con muchas lágrimas los muertos serán enterrados, pero para los que lo han perdido todo saben que la normalidad no se deja restituir y cuando puedan regresar a sus casas, ahora devastadas, seguirán sorprendidos por revelaciones horribles que todavía desconocen.
Solo saben cuándo empezó la catástrofe, pero nunca sabrán cuándo acabarán esas lágrimas que pájaros siniestros desplegaron como agua hirviendo en la profunda oscuridad de sus gargantas cosidas por el dolor.
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