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Andy Warhol pintaba las latas de sopas Campbell y Pepe Baena pinta bodegones donde hay vasos de Colacao, tortas de Inés Rosales y dulces Pantera Rosa. Cartuchos de pescado frito y botellines de Cruzcampo. A Baena, que ahora expone en la galería madrileña Porto & David Bardía, le encargaron cuando comenzó su carrera que pintase un taxi por una avenida de Nueva York, lo comenzó pero borró el óleo y tiró el lienzo porque el motivo le provocaba hasta malestar, ni los taxis ni la Gran Manzana estaban en su cotidianeidad, ha preferido pintar a sus hijos en pañales en escenas familiares, acedías fritas a medio comer y personajes velazqueños como el Ketama, aunque también ha retratado a un magistrado del Tribunal Constitucional.
Del despegue artístico de Pepe Baena y de su trayectoria fulgurante estuvimos hablando con él en una de las sesiones que Teresa Torres organiza en el gaditano Café de Levante, clientela selecta. Por allí han pasado otros artistas, bailaoras, poetas, novelistas y hasta algún politólogo. Baena va como un cohete, comenzó a pintar de modo muy tardío, con 31 años, Antonio López se fijó en él, pinta botellines para la Cruzcampo y la editorial Santillana lleva en uno de sus libros escolares uno de sus cuadros de Colacaos como ejemplo de bodegón contemporáneo.
A Baena se le preguntó cuál fue el momento en el que él notó que había despegado, ese instante consciente en que dejaba de ser un pintor aficionado de Cádiz y comenzaba a ser reconocido más allá de las Puertas de Tierra. “Cuando tuve que darme de alta como autónomo”, respondió sin gota de sorna.
Baena tiene una colección de boquerones fritos, unos están enteros, otros a medio comer y algunos se presentan en las puras espinas, no se ve pero se intuyen los bocados del experto gastrónomo. Cierto día, Pepe recibió la llamada de una madre admiradora de su obra y le contó una teoría que había sido avanzada por su hija. El boquerón en su plenitud representaba la vida, el medio comido era la adultez y el que sólo tenía espinas representaba la muerte. Eran las heridas de la vida, ante lo que Baena, un tanto apurado, se lo tuvo que explicar: no señora, uno es un boquerón entero, otro es un boquerón mordisqueado y el tercero es un boquerón comido. Quizás eso sea el realismo.
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