Tiempos modernos

Bernardo Díaz Nosty

Del poder de la lengua

DE camino entre Ciudad de México y Teotihuacán -el lugar donde fueron hechos los dioses-, el taxista se expresaba con tanta belleza al hablar que la hora empleada en recorrer 45 kilómetros se nos hizo corta. Viajaba con un profesor sevillano de Triana -le gustaba hacer esa distinción-, fascinado por la riqueza del español con la que se conducía el chófer. "Usted ha estudiado en la universidad, claro", le dijo. "Pues mire que no. Puras letras en la escuela y mucho respeto a lo bueno que ustedes nos dejaron acá…", respondió el hombre pequeño y grueso, que igual hablaba de los aztecas que de las propiedades alucinógenas del peyote, siempre con un manejo exquisito del idioma.

Se celebraba por aquel entonces el Congreso de la Lengua en Zacatecas, que estuvo a punto de zozobrar tras el cambio de Gobierno de 1996 en Madrid. Los de Aznar ponían lupa a todo lo que olía a González y el encuentro era fruto del felipismo que tanto había acortado las distancias con América Latina. Hasta la ciudad mexicana se trasladaron algunos de los instigadores de un reciente golpe mediático en España y también, entre otros cientos de invitados, dos periodistas y académicos de la Real Española. Al concluir el acto inaugural, el primero de ellos, Juan Luis Cebrián -víctima del momento, tuvo que viajar con una autorización del juez Gómez de Liaño-, recibió un abrazo público del Rey, que ignoró al segundo de los periodistas, tenido por más monárquico que el Borbón.

De estos pasajes de la lengua y la política, la memoria selectiva rescata la fina ironía del académico ya fallecido Ángel Martín Municio y la inteligencia cargada de sencillez, sentido común y del humor de José Manuel Blecua. A Blecua, alma de aquel Congreso y entonces secretario académico del Instituto Cervantes, le preocupaba la relación, en cierto aspecto inarmónica, entre los medios y la lengua española, que franceses y británicos habían resuelto mejor en sus escenarios mediático-lingüísticos. Le conté algunas filigranas expresivas del conductor del coche que nos había llevado a Teotihuacán. En México y en toda América, vino a considerar, hablar bien es una cuestión de prestigio, una forma de tributo a la ilustración. En España, la referencia oral la fijan en buena medida los famosos en los medios, y ni todos los futbolistas son Valdano ni todos los políticos Rubalcaba.

Hay que desear a la Real Academia, próxima a los tres siglos de existencia, el contagio de las convicciones de José Manuel Blecua, su nuevo director. Cuando tantos valores entran en crisis, no está de más cultivar la riqueza comunicativa de una lengua que, en esta era de globalizaciones, es uno de nuestros mayores activos.

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