Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
En la larga historia de la evolución humana, no hace tanto tiempo que el único modo de comunicarse era de manera oral, presencial, con las personas que nos rodeaban. Los mensajeros, emisarios, recaderos y heraldos eran un lujo solo al alcance de la aristocracia. Más adelante surgió el correo postal, que supuso un grandísimo avance. Personas que se encuentran a gran distancia pueden comunicarse entre sí, aunque no de forma sincrónica y solo si sabes leer y escribir (cosa que no estaba al alcance de todo el mundo). Anteayer, en el año 1876, se inventa el teléfono. Ahora podemos hablar directamente y escuchar la voz de la otra persona en tiempo real. Pero será a finales de los 90 del siglo XX cuando esa aceleración se multiplique exponencialmente hasta llegar a nuestro tiempo. Ahora podemos, en un solo día, comunicarnos con más personas que un ciudadano común de la edad media en toda su vida. Comunicarnos enviando mensajes y recibiéndolos, interactuando. Además, los canales y los medios se han multiplicado: vídeos largos o cortos, redes sociales, videoconferencias, texto, «emojis», aplicaciones de mensajería instantánea, y un largo etcétera.
Como parte indivisible de lo anterior, se han multiplicado también las discusiones, los malentendidos, los malestares, las acusaciones en un sentido u otro diciendo que «no debes hablarme así» o «esto o lo otro no se puede decir», los juicios de valor, las campañas de desprestigio, las noticias falsas… y otras tantas lindezas.
¿Podemos hacer que las tecnologías de la comunicación realmente sirvan para el cometido para el que se supone fueron inventadas? ¿podemos tener cierta garantía de no herir con nuestras palabras, de no ser heridos? Allá donde existen seres humanos existe el conflicto, pero será nuestra manera de gestionarlo lo que hará que podamos avanzar como sociedad o caminemos hacia la autodestrucción. Hay una gran cantidad de autores (Habermas, Chomsky, Bruner, Vygotsky…) que hablan de que el ser humano tiene capacidades comunicativas innatas, que se construyen socialmente y en interacción. Lo más importante no es tanto las palabras , en sí mismas, sino el sentido y significado que le damos y sobre todo nuestra disposición a ponernos de acuerdo, al entendimiento, al consenso. En este sentido, nadie «es más» o «es menos». Tomémonos la molestia de explicar el sentido de las palabras que utilizamos. Solo eso, que no es poco.
Y no te olvides de Gaza. Hay que detener el genocidio. YA.
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