El toro de lidia es uno de los animales más bellos y literarios. Las Bellas Artes lo han inmortalizado con pincel y paleta. La poesía lo ha convertido en soneto de pluma estilográfica. Un aficionado ve en el campo cómo pasa por la etapa de añojo, con un año, de eral, con dos años, y de utrero, con tres años, hasta que llega a cuatreño.

Un aficionado lo observa, desde que sale al ruedo, hasta el arrastre, y se fija, con

atención, en su comportamiento en los tres tercios: de varas, de banderillas y de muerte. Un aficionado definirá con propiedad la raza, la casta, la bravura, el trapío, la estampa, la capa, el peso, las defensas y el temperamento..Un aficionado se preguntará por su genealogía, para examinar con rigor la embestida.

Un aficionado estará presente en el sorteo y no se perderá detalle alguno: ni en el campo, ni en los corrales, ni en la plaza. Un aficionado exigirá que se lidie, como dictan los tratados de tauromaquia, y que el diestro ejecute la suerte suprema como mandan los cánones. Un aficionado pedirá que al albero salga un toro, que reúna el decálogo de Cossío. Con razón, tituló don José María su enciclopedia taurina Los toros.

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