Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
Los memos zascandilean su billete barato de ryanair. Van siempre muy lejos como zompos barbudos y siempre lo dicen antes y después. Dicen donde van a ir a desconectar y sus muecas saben que no van a desconectar, ni siquiera realmente van a ir, solo van a naufragar entre horas de aeropuerto, taxis, barcos insufribles y llamadas perdidas. También pierden el tren que les lleva a saber algo, enemigo acérrimo de la desconexión.
Desconexión significa estar horas mirando el cielo hasta que una gaviota te caga en la cara o al final suena el maldito piti del whasapp. Ves los fiordos o los urales, tanto da porque al final no te acuerdas de nada. Has desconectado tanto que ni siquiera sabes lo que has visto ni donde has estado. Has hecho tantas fotos que un estúpido paisaje vive para siempre en la rutina que te aguarda.
La desventura que acechaba llegó como un mequetrefe a estropear la desconexión y al final las vacaciones fueron efímeras, como los días de los burgueses, inexistentes, falsos, sórdidos como la pequeña molestia en forma de calor, sudor, olor y personas. Por lo menos no eres tan tonto como para irte de museos y ver cultura, hay que ser zoquete, con la cultura no se desconecta, se raya la mente, como ir a ver un pueblo cercano, hay que ser pardillo, pestilente, mediocre de pastos vegetales y animales, desmochando carreteras secundarias, en vez de tomar un daikiri en la piscina donde se mean los niños.
La piltrafa de ciudad cala en los huesos, verdean las líneas discontinuas. Ves las pirámides, recuerdas en algún sitio que tenían las medidas exactas de cualquier puñeta que escribió un zopilote documentalero y te crees que has visto algo importante. Rojas las mejillas de estar cerca del polo norte o a la cochibamba en bicicleta como el balar de los zopencos, siempre resoplando. Disfrutas de la vida, haces el carpe diem para que venga el otoño lleno de regalos para la fiesta.
Restriego mi billete por tu cara, te lo cuento aunque no te interese, pongo las malditas fotos en las redes sociales, cacareo como un pollino ilustrado, fardo de viajero, como en restaurantes, fotografío atardeceres como si solo se fuera el sol en ese sitio y no en todos los demás. Un atardecer solo existe si lo pinta Turner, los demás son monótonos descensos al ocaso de un sol vengativo. Como el descenso a la realidad diaria, peor que los relojes que te queman con cada segundo que pasa.
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