
Antonio Lao
Las cooperativas y su papel en la economía de Almería
Tábaula Rasa
Como todo, en la vida, llega un día en el que algunos, con el aire apresurándose entre las mandíbulas, debemos proclamar que éstos somos nosotros: la isla indolente que sobre unos labios se celebra. La victoria del naufragio, la derrota, el abismo. La tormenta que siempre acaba arrasada sobre tu pecho. Sin embargo, la realidad nos advierte que fueron, son y serán muchos los otros que, en el carnet de identidad, en ese resquicio de íntima heredad que aún preside las sienes del ser, llevan grabado en la sangre, en su propio ADN, la generosidad como acto vital incuestionable. La generosidad como el único egoísmo legítimo que puede definir a una persona. Esa luz que ilumina la más absoluta oscuridad y que no sabemos que existe. Hasta que un día, cuando el mundo amenace con volcar, como un batallón desembarcando en las playas de Normandía nos asalte los párpados y se nos inunde las cuencas oculares, las arterias, la sangre, recorreremos los cuerpos y la materia como un loco tocando las puertas de una casa que no existe. Los héroes silenciosos que imperan en la memoria no solo representan el valor, el coraje y la dignidad con la que, con la inquebrantable voluntad de vencer, se dejan la vida por los demás, sino que pertenecen a la conciencia que un mundo mejor es posible. Este periodo de oscuridad en la que se precipita el ser humano, nos ha enseñado lo más banal y profano a lo que un ser puede aspirar y que también ha sido condescendiente, enseñándonos el milagro al que nos puede convidar el mero hecho de vivir –aunque algunos aún no lo quieran entender.
Aquel que siempre ha establecido sus cimientos desde la ética y la responsabilidad, seguirá profesando sus valores y principios; el que por el contrario siempre ha defendido la inmoralidad, seguirá blandiendo su ética y moral por encima de todos los demás mortales. Muchos de los que hoy salen a los balcones a realizar su particular juicio de ética y buenos usos a golpe de cacerola, de persecusión a pulso de tweet o post son los primeros que no han hecho absolutamente nada por una sociedad que se desangra y que se deshace en su propio ego y desconocimiento. Porque asistimos a una sociedad que permite que existan hogares con las neveras vacías, con el hambre coronando los pechos y los vientres de las madres, con sus hijos y con sus boquitas de pan con leche implorando un mísero trozo de hogaza que llevarse a la boca.
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