No volverán

No somos buenos guardeses, no tiramos los mamotretos feos que molestan a la vista de sus postales

Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, pero las aves, que poblaban Las Salinas, esas, no volverán. No volverán los turistas, no volverán las aguas. No se solucionará nada. Los políticos harán sus discursos y responderán a las entrevistas no molestas. Los miradores vacíos sin nada que mirar, sólo un terreno seco y figuras dudosas de algunas aves a lo lejos. Sin aves, sin insectos, sin más vida que los matorrales secos los carteles explicativos se despegan amarillentos en un insólito día de Navidad sin nubes, ni viento, ni lluvia. Carteles explicativos financiados por la Unión Europea. Solo sol y un camino vacío lleva a una iglesia que a pesar de haber sido restaurada hace poco ya se caen a trozos los revestimientos de las paredes del cementerio y en los demás ya hay grietas mientras personas vestidas de ceremonia entran en la iglesia y salen algunos turistas despistados. Sin prácticamente nadie en la playa, una moto acuática surfea el mar plano, sola en la orilla. El torreón, igual de abandonado, muestra apenas de algunas letras de Guardia Civil, el chiringuito está preparado para los festines con platos puestos al revés. Ningún viento acaricia las mesas altas, no hay tumultos, es un invierno de sol sin hordas de turistas. No llueve nada, no hay una nube, ni una oscura golondrina. Pero volverán oscuras y siniestras, a colgar los nidos, a recordar las nubes grises. Los foráneos despreciarán las roturas en su paraíso veraniego y de puentes tórridos. Los almerienses no sabemos conservar intacto su paraíso para cuando les apetezca ir a realizar sus asuetos. No somos buenos guardeses, no tiramos los mamotretos feos que molestan a la vista de sus postales. Indignados los honestos afean su impunidad y culpan a los deshonrosos rapaces de manchar su preciado horizonte. Horizonte de veranos, veranos de derecho de sol y tumulto, horizonte de fondo de película, recojan los trastos y no me empañen el cuadro, paisanos autóctonos. No me estropeen el fotograma. Su hábitat, mi escenario y localización, me cuesta millones, como carreteras llenas de espejismos que se reflejan en el asfalto tortuoso. Huelen las barbacoas de invierno, queman los pescados, la herrumbre corroe los restos de los tornos de barcos que ya no existen, una tumba de aves que emigraron hacia lugares inexistentes. Olvidé los prismáticos, pero, y qué, total, no había nada que ver.

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