Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Univesidad de Almería

La literatura del Renacimiento

Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra

La literatura del Renacimiento La literatura del Renacimiento

La literatura del Renacimiento

La literatura del Renacimiento conforma un excelso referente. La poesía, la narrativa, la prosa didáctica y el teatro constituyen el reflejo de miríficas aportaciones. En la primera parte del siglo XVI, la lírica encuentra una especial referencia en la obra de Garcilaso. Sus 38 sonetos, 5 canciones, 3 églogas, 2 elegías y 1 epístola son un compendio de la mejor literatura: aquella que caligrafía el amor, la naturaleza y la mitología con naturalidad y elegancia, sencillez y belleza sublime. Juan Boscán, como consecuencia de su entrevista con Andrea Navagiero en Granada, en 1526, anima al toledano a que asimile la influencia italiana, use el endecasílabo y el heptasílabo y estrofas como el soneto, el terceto encadenado, la lira, la estancia y la octava real y siga a Petrarca. El resultado fue una obra poética inigualable, que cautiva y apasiona y en la que la musa es Isabel Freire, la Elisa de sus versos. En la segunda mitad del siglo, la poesía de fray Luis de León, en la ascética, con composiciones tan perfectas en el fondo y en la forma como la Ascensión, la oda a la vida retirada y la composición dedicada a Francisco Salinas, el músico ciego, es un ejercicio de la poesía que siempre perdura por su cristalina hermosura y un estilo que conduce a la perfección. La obra poética de San Juan de la Cruz, en la mística, es un compendio de sentimentalidad, hermosura, inspirada simbología y profundo lirismo en su magistral concepción. Cántico espiritual, Noche oscura del alma y Llama de viva labran su camino en la poesía universal, que permanece por su verdad. Sería Fernando de Herrera, el que con el apasionado amor que siente por Leonor Millán, la condesa de Gelves, representaría, en esta parte del siglo, a la escuela sevillana con un modelo poético que es un eslabón entre la lírica de Garcilaso y el concepto poético de Góngora; o sea, entre la naturalidad y el culteranismo.

La narrativa, en sus diversas vertientes: la novela sentimental, los libros de caballería, la novela pastoril, la novela morisca, la novela bizantina, y la picaresca, con «La vida de Lazarillo de Tormes, de sus fortunas y adversidades», como obra esencial, es otro campo donde la literatura alcanza gran relieve. ¿Cuántas lecciones para la vida de ayer y de hoy nos enseña esta obra universal, que apareció en 1554, y que usa una técnica autobiográfica para narrar en un prólogo y siete tratados lo que acontece al protagonista al servicio, sucesivamente, de un ciego, un clérigo, un escudero, un fraile, un buldero, un capellán y un alguacil? El hambre y el sufrimiento, la honra y la deshonra, la lucha por la vida, la filosofía de la existencia, el lenguaje, como documento de excepción, la sociedad, el héroe y el antihéroe, el ingenio, la audacia, el engaño, las tretas para subsistir.

La llamada prosa didáctica, que se basa en el debate de las nuevas ideas, es otro apartado de gran interés. Las humanidades, los descubrimientos, la imprenta, la gramática, la lengua, la religión, la moral, el mundo clásico dan lugar a esta corriente de debate, análisis y opinión. El modelo que se sigue ya se había desarrollado en la Grecia clásica: los diálogos; género, en el cual varios personajes tratan distintos temas, de manera que cada uno argumenta y expone su punto de vista. Erasmo de Róterdam fue muy seguido. Entre los cultivadores del diálogo en España destacan Juan de Valdés, con su «Diálogo de la lengua», donde hace una apología del castellano como lengua literaria, y Alfonso de Valdés, con su «Diálogo de las cosas ocurridas en Roma». En la prosa religiosa, Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, con un estilo, en el que ponen de manifiesto su extraordinario dominio del idioma, con un estilo renacentista, que reúne la propiedad de la armonía, son nombres imprescindibles. Pero no nos podemos olvidar del teatro. Juan del Encina y Gil Vicente, como iniciadores, Torres Naharro, con su Propaladia, Lope de Rueda, con sus comedias, farsas y pasos, Juan de la Cueva, con un teatro basado en el Romancero y en la mitología clásica, y Cristóbal de Virués anticipan la edad de oro de género tan decisivo en la historia de la literatura española. «Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado», afirmaba Italo Calvino en la metáfora de los días. Garcilaso de Vega, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Fernando de Herrera, el Lazarillo, Juan de Valdés siempre estarán en las mejores páginas, que volvemos a leer.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios