Desde primera hora de la mañana, ya se respiraba ambiente de fútbol en las inmediaciones del Estadio de los Juegos Mediterráneos. Todavía sin bullicio, la fiesta se iba preparando poco a poco. El desayuno y el almuerzo se vivieron con relativa calma, no exenta de nervios, pero la merienda ya se tomó entre cánticos de “¡A Primera, oé; a Primera oé, oé!”.

Subía la temperatura. La climatológica y la ambiental. Las terrazas (de toda la ciudad, no sólo de la Vega) estaban llenas y, por supuesto, plagadas de camisetas rojiblancas. ¿No hay sitio? No hay problema: sombrilla, mesa de la playa y nevera en el capó del coche: un trago para refrescarse y a seguir poniendo a punto las cuerdas vocales para recibir al autocar.

La llegada de los jugadores del Almería ya fue la apoteosis. Cánticos, saltos, bengalas, banderas, bufandada... Era ambiente de Primera, era alucinante verlo, vivirlo fue un auténtico lujo. El autocar fue abriéndose paso como buenamente pudo entre la marea de aficionados que empujaba como un tornado. Porque había que calentar y llevar a cabo la liturgia de la concentración en el interior del vestuario que si no los jugadores se habrían bajado y se habrían sumado a la fiesta. ¡Qué digo fiesta, al fiestón!

Tifo de los aficionados.

20:20. El autocar entra en el Mediterráneo. Los jugadores entran al estadio enviando a sus familiares los vídeos. La afición se marcha hacia sus asientos. La sensación es que el partido comenzaba 1-0.