Casimiro Ortas o la vida es sueño

Almería

Célebre cómico actor y cantante de los años veinte.

El primer avión de Almería

Epigramas en prosa

Casimiro Ortas Rodríguez
Casimiro Ortas Rodríguez / Biedma
José Luis Ruz Márquez

17 de junio 2024 - 07:00

Almería/Con mi padre andaba probando discos de pizarra en el viejo gramófono de mi tío Francisco, melómano de pro, cuando dimos con uno recitado en el que se aseguraba “Yo también sé morirme”, un título de humor de Casimiro Ortas, alguien para mí del todo desconocido pero no para mi padre que lo sabía célebre cómico del primer tercio del siglo XX, al que había visto actuar… para acabar recalcando que “era de Almería”, apreciación que me dedicaba por tener yo recién adquirida mi nacionalidad almeriense... y guardé la información paterna en la cabeza y el disco en su sobre de papel.

Mientras este acabó hecho pedazos, la otra se conserva intacta y por ella me he animado a escribir sobre la “naturaleza” almeriense de Casimiro Ortas consciente de lo poco que aporto a la historia de nuestra tierra, pero en la esperanza de la buena nueva que explique sus estancias en Almería sin justificación laboral. Puede que nada surja, pero aún así, si no con precisión, sí está bien esbozada la relación no sólo porque lo asegurara mi padre, que ya es garantía, sino también porque se encargaron otros de confirmarla en vida del actor y si no fíjense lo que de él dice en 1916 el periodista de Nuevo Mundo: “Causante de una porción de graves estropicios y de incurables pasiones en el mundo codiciado y amable de las preciosas hijas de Eva”, para acabar tirando y escondiendo la mano: “Digan ustedes que a mí no me gusta truncar idilios ni infernar matrimonio”.

Si esto no es una referencia a la infidelidad conyugal que venga Dios y lo vea. Tal parece que fue el amor, y además prohibido, lo que traía a Ortas a Almería, inconcretamente a “un pueblo de su provincia”. De corazón, pues, fue la relación del actor con nuestra tierra, porque nacer-nacer, lo hizo en 1880 en la villa cacereña de Brazas, en virtud del derecho que la cómica tiene de parir donde le deja la comedia, que a eso se dedicaba la madre de la criatura en la compañía ambulante de teatro de su marido y director don Casimiro Ortas quien, con su apellido, le dio al niño su nombre para que fuera Casimirín, luego Casimiro hijo, y ya Casimiro Ortas cuando él hizo su último mutis por el foro.

Fotografía del actor Casimiro Ortas Rodríguez.
Fotografía del actor Casimiro Ortas Rodríguez. / Biedma

En su itinerar dio aquella compañía con nuestra ciudad en 1899 y desde entonces, golondrina teatral, ni un año dejó de aparecer en el teatro Variedades para en cuatro sesiones diarias, durante meses, presentarse ante un público entregado que en muchos casos hospedaba en su casa a los actores, a cambio de un dinerillo, mientras las figuras se alojaban en los hoteles y fondas de la ciudad. Sus actuaciones eran recibidas con el aplauso del público por lo que no voy a caer en la aburrida crónica de ellas, limitándome a citar dos: la peor, en 1909, de la que ahorro detalles por respeto a los ausentes, y la mejor: de 18 de enero de 1907, con “La patria chica”, la zarzuela de Chapí que transforma el escenario en un estudio de pintor en París en el que reina la nostalgia de unos emigrados y en el que, por poco, no llega Concha Piquer a cantar “En tierra extraña”... aquella representación colmó de palmas y regalos a nuestro actor al que estaba dedicada, sin que se fueran los espectadores de vacío, con un buen sabor de boca y hasta alguno hubo, como el tipógrafo Enrique Robles, que se fue a casa con los diez duros de premio por detectar el error gramatical incluido en la obra: “al Radical”, cuando debía haberse dicho “a El Radical”.

Aunque intento hubo en 1911 de actuar con alas propias, padre e hijo comparten la compañía familiar al menos hasta julio 1913 en que ambos, encuadrados en la de Rendón, actúan en Buenos Aires con unos meses de éxitos que aún saborean cuando a las cinco de la mañana del 1 de noviembre de 1913 fondea en nuestro puerto el Infanta Isabel que trae de Argentina doscientos españoles capitaneados, nada más ni nada menos, que por los Casimiros y la Colombine que es la que, en verdad, ha traído el ayuntamiento y su banda al recibimiento que es aprovechado, y con toda razón, por nuestros artistas que al día siguiente acuden al Círculo Mercantil a oír de la célebre almeriense sus “Impresiones de Buenos Aires”...

En mayo de 1918 sale para La Habana Casimiro Ortas y en julio fallece en Madrid don Casimiro y media Almería da el pésame a su hija, aquí casada con el comerciante Agustín Fernández Abad. En los años veinte, a su actividad teatral se suman las de sus películas del cine mudo y sus discos que desde 1929 son todo un clásico en Radio EAJ 18 de Almería.

La llegada de la República le hizo descolgar en casa el retrato dedicado de Alfonso XIII, padrino de su primera boda y en 22 de abril de 1932 anda con “La Oca” de Muñoz Seca, en el Cervantes, en el teatro, qué era lo suyo, sin dejar de hacer guiños al cine hablado que era él un artista que se metía en todos los charcos del arte pero sin soltarse de los escenarios madrileños -Apolo, Gran Teatro, La Zarzuela… y otros de provincias- con obras que para él escribieron Arniches, los Quintero, Muñoz Seca… y otras de clásicos como Calderón con quien le vemos en 17 de junio de 1936, a un mes de los tiros, otra vez en el Cervantes con “La vida es sueño”, título que me trae a la cabeza la respuesta del actor cuando en marzo le preguntaron que qué era para él la vida: “Eso -dijo- depende de la hora: a las cuatro de la madrugada para mí la vida es sueño”.

Si antes le había tocado al retrato del rey, ahora es al título de masón al que le toca descolgarse de la pared cuando los tiros cesan en 1939 para inaugurar una posguerra dura en la que si enflaquecen las vacas, imagínense el arte… son malos tiempos para Casimiro Ortas. Como si fuera hoy, escucho el recitado gramofónico en la dulce compaña de mi padre y hasta oigo al artista mentir: “Yo también sé morirme”… y muere regular, tirando a mal, arruinado, en Barcelona, mientras trabaja acogido en la compañía teatral de uno de sus discípulos. Es el 10 de marzo de 1947. De madrugada, en la duda de si cerrar los ojos es también sinónimo de “la vida es sueño”.

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