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Los aplausos de las ocho: así se instauran las tradiciones

  • En los balcones, terrazas y puertas se mezclan el agradecimiento a los héroes de estos días con unos minutos de necesaria y fluida tertulia vecinal

Manos de un ciudadano aplaudiendo en la Rambla de Almería.

Manos de un ciudadano aplaudiendo en la Rambla de Almería. / Rafael González

Como en el recreo del colegio cuando sonaba el pajarito (el timbre, la sirena..., vaya a usted a saber cómo lo llamaban en su colegio), un sonido de esos que llega hasta la última neurona del cerebro avisa que son las ocho de la tarde. El Resistiré del Dúo Dinámico, o cualquiera de las versiones modernas, también sirve de señal, todo va por barrios.

La cocinera deja la cena se queda a medio hacer, el deportista se libra de la última tanda de duras flexiones que estaba haciendo en el salón, el lector despierta de su burbuja en la que se veía entre Góngora y Quevedo, hasta el niño sale de su trance ante los videojuegos y ve la luz de la tarde por primera vez en veinte horas. Es la hora de los aplausos, de un momento de buenas intenciones ciudadanas, que se ha convertido en la vía de escape de la presión que se acumula entre cuatro paredes, un día, y otro, y otro, y otro...

Aplausos, silbidos de ánimo, gritos tales como “¡de ésta vamos a salir!”, altavoces a toda leche para animar al vecindario, el Himno de España o el de Andalucía, por supuesto el Resistiré por encima de todo... Pero también saludos, un “¿cómo estáis?” de corazón (no como los que habitualmente se dicen en un encuentro fortuito para salir mientras miras de reojo el reloj porque el autobús pasa), “¿qué has hecho hoy de comer?”, “¿has saltado hoy a la comba?”... Al final, el ser humano es social y como en la plaza, la peluquería o el parque, necesita foros donde intercambiar opiniones. Ahora se grita de balcón a balcón, con los últimos rayos de sol castigando los ojos.

Una tradición que comenzó en Italia y que España la adaptó como propia. Así se instauran las leyendas en los pueblos, cuando algo los golpea y sacan la raza, el orgullo. Ni política, ni fútbol, ni envidias, ni rencillas. Sencillamente agradecimiento verdadero para sanitarios, cajeros y reponedores, Fuerzas de Seguridad del Estado, agricultores... y un largo etcétera que no caerán en el olvido gracias a los libros de Historia que, faltaría más, incluirán estos aplausos de las ocho.

Ocho y cinco, vuelta a la aburrida rutina. ¿Saldremos mañana a la calle? De momento, a aplaudir, sí. Resistiremos.

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