la ruta de los 102 | turre

Un municipio que tiene en Sierra Cabrera su gran riqueza turística

  • Las tradiciones de pedanías y cortijadas se mantienen gracias al empuje de los jóvenes Los numerosos residentes británicos y de otros países están perfectamente integrados

El municipio de Turre y su núcleo urbano intentan adecuarse a los tiempos que corren. Sus vecinos y ciudadanos residentes apuestan por el progreso, por el bienestar y por adaptarse a las nuevas tecnologías. Sin duda que a ello contribuye el esfuerzo que realiza la Diputación Provincial de Almería con su constante apoyo y muestra de ello ahí están el Edificio de Usos Múltiples, que alberga el Centro de Mayores, la Biblioteca, el Centro Guadalinfo, el consultorio médico, más la electrificación rural y adecuación de caminos rurales, además de la elaboración de proyectos del Plan de Inversión del Estado.

Turre es un municipio próximo al mar cruzado por el río Aguas y a las faldas de Sierra Cabrera. A medio camino entre los Gallardos y Mojácar es en gran medida desconocido y algunas veces olvidado. Pertenece al Partido Judicial de Vera, pero geográficamente está enclavado en el centro de la Comarca del Levante.

El pueblo de Turre se extiende a los pies de dos cerros, el de la Iglesia y el de la Ermita. Entre ambos discurre la rambla que viene del Barranco del Negro, curiosamente la vía principal. El siglo XIII es clave para entender la historia de Turre, puesto que en esa fecha suceden acontecimientos, como el que desde Lorca se despliega una gran campaña militar castellana. En los asientos efectuados por los cabecillas moros y el rey Fernando, queda establecido que los moros podrían establecerse en condición de mudéjares, conservando sus bienes, rigiéndose por sus leyes, pagando los mismos tributos que antes contribuían y manteniendo su religión mahometana.

En la historia de Turre en el siglo XVI, como bien cuentan Ana Alarcón, Josefa Alarcón y Juan Grima, autores de 'Turre, historia, cultura, tradición y fotografía', los mojaqueros se vieron animados para trasladarse a vivir en Turre y posteriormente conseguir la independencia. La cuestión propuesta por los turreros fue debatida en el Consejo de Hacienda, tras el análisis de los distintos informes y pareceres, Felipe II se decidió a otorgar una cédula que significaba el fin de la dependencia de Mojácar. Sin embargo desde el principio el problema fue el del personal eclesiástico. En la etapa morisca a pesar de haber tenido su iglesia, Turre nunca tuvo curas propios, puesto que era considerado eclesiásticamente anejo de Mojácar y servido por los religiosos adscritos a aquella iglesia.

El folklore de Turre recoge una enorme cantidad de cantos populares de la comarca, así como del resto de Andalucía y de la vecina Murcia, coplas que se han difundido por transmisión oral o espontáneamente, formando luego el folklore a gusto de las gentes y por su reiteración, sin embargo simultáneamente a estos cantos aparecen otros que a fuerza de ser repetidos compiten en la popularidad local. Son un tipo de cantos para bailar que se conocen con el nombre de carreras. Las carreras compuestas e interpretadas en las reuniones familiares o en los ratos de ocio, después de la jornada de trabajo, los participantes improvisaban las letras . Posteriormente, surgieron los primitivos cantes mineros, que luego más tarde los propios mineros almerienses llevaron hasta las minas de Cartagena.

Hay que remontarse siglos atrás y comentar los orígenes de las fiestas de Turre, entre las que cabe destacar las corridas de cintas a caballo, fiesta que se remonta a la Edad Media. La Fiesta patronal de San Francisco de Asís y la procesión del sepulcro son otras de las épocas festivas que viven los turreros y vecinos de toda la comarca. .

En Turre el patrimonio se ha ido destruyendo paulatinamente y lo que hoy queda es una mínima parte de lo que en su día fue. No obstante, tal vez, los más jóvenes lleguen a tener la propia estima de la conservación del patrimonio y de los valores culturales de Turre.

Turre es lo antes escrito y mucho más. Es su gastronomía, su juventud pujante, su relación con los residentes británicos y la influencia recíproca, es esa palmera que ya no es y que tanto contaría de tanto haber visto pasar bajo sus palmas. Es una sierra, la de Cabrera, con los secretos que esconde, los olores de primavera, su pinar, y, sobre todo, sus gentes amables y acogedoras.

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