Síndrome expresivo 69: Cacofonías

La eufonía guiando al pueblo

La eufonía guiando al pueblo

La eufonía guiando al pueblo

Todos convendremos en que más de una vez hubiéramos preferido mantener la boca cerrada a enunciar ciertas estructuras gramaticales sin reflexión previa. ¿Quién no ha provocado la hilaridad de sus interlocutores en varias ocasiones a lo largo de su vida? Quien esté libre de pecado, que suelte la primera perla. Así, con la experiencia acumulada tras varios batacazos lingüísticos, hemos aprendido que un silencio ensayado aporta al protagonista una imagen sugerente ante la mirada inquisitiva del otro. En otras circunstancias, merece la pena entrar en acción, pero siempre vigilante a que nuestro texto no atente contra la fina combinación de los elementos sonoros de las palabras. En definitiva, la ya legendaria batalla entre la diosa Eufonía, elegante y refinada, y la colérica y devastadora Cacofonía.

Como muestra de esta lucha expresiva entre dos enemigos de tal enjundia, los pacíficos profesores de lengua española intentan posicionarse a favor de la agradable melodía del equilibrio sonoro frente a aquellos alumnos que prefieren la frase descarnada e, incluso, malsonante. Como podrán imaginar los pacientes lectores de estas líneas dedicadas a la lengua española, extensa sería la descripción de los entresijos de esta milenaria rivalidad. Valga como muestra cuatro victorias expresivas de los seguidores de la eufonía:

  1. El interfijo. Desde pequeños, nos han explicado que los sufijos se colocan detrás del lexema o raíz de la palabra para aportar un matiz en el significado. Así, el lexema “café”, seguido del sufijo “-ito”, daría como resultado *Un cafeíto no muy agraciado. En estos casos, la diosa Eufonía sale en auxilio con unas consonantes benefactoras para devolver la luz a la expresión, en forma de -l-, -t-, -c-, según la sensibilidad del emisor (cafelito, cafetito o cafecito). Por tanto, una humilde consonante intercalada en la estructura morfológica embellece para siempre un término desafortunado.
  2. Si seguimos la norma general del empleo de los pronombres átonos de tercera persona, la frase "Juan compró un regalo a su mujer" quedaría *Le lo compró. El primero como complemento indirecto y el segundo para el directo. Así, el buen oído de la diosa Eufonía nos propone cambiar la primera consonante para evitar parecer un poco lelos: "Se lo compró”.
  3. La falta de pericia en el dominio de la división silábica de las palabras se revela como un fiel aliado de la causa cacofónica. Aunque no me crean algunos doctos lectores, os juro por la gloria de mi santa madre que algunos alumnos enarbolan la bandera del mal gusto con la ruptura de la estructura morfológica al final de una línea, por ejemplo: "dis-puta, pene-trar, euro-peo, minús-culo, hus-mea o téta-no". Lo peor es que los pobres ni se dan cuenta. Supongo, mami, que será por aquello de las rimas sesudas del reguetón.
  4. Un último caso flagrante de la lucha sin cuartel contra la presencia de los usos lingüísticos hirientes de los oídos sensibles es el caso de las matrículas de los coches. Como norma general, se ha excluido a las vocales y la combinación de consonantes con connotaciones negativas. Imagino que ningún ciudadano en su sano juicio se pasearía orgulloso por las calles de su ciudad con una identificación como: "ETA 2011, PIS 6666, FEO 9669". Sin ir más lejos, mi hermano Paco Carrera pasea por Sevilla en un Skoda blanco con la matrícula KKK y el tío ni se inmuta.

¿Se puede superar?

El desaliño estilístico en la redacción puede evitarse con unos simples ejercicios lingüísticos. Una práctica diaria y un poco de oído beneficiarán la corrección de multitud de errores expresivos que cometemos casi sin darnos cuenta. A continuación, un par de ejemplos:

  • Lee con un ritmo adecuado el texto en voz alta. Si no andas muy mal de audición, advertirás de inmediato que alguna combinación de sonidos chirría y no suena del todo bien. ¿Qué te parece el titular de aquel periodista que abría una crónica con un tétrico: “La pasada noche, hubo un estrangulamiento en el aparcamiento”? ¡Campanazo!
  • Un lector atento y curioso por la validez de ciertas expresiones idiomáticas modernas se dará cuenta de que no todo es oro lo que reluce. A veces, la diosa Cacofonía aprovecha la ignorancia del vulgo para camuflarse en el interior de acrónimos que, en teoría, representan el sumun del lenguaje inclusivo. Me refiero al salvífico término “AMPA” (asociación de madres y padres de alumnos) en lugar del retrógrado y excluyente “APA” (asociación de padres de alumnos). En este caso, los creadores del invento olvidaron que ya en la lengua española vivía la palabra “hampa” (conjunto de los maleantes, especialmente de los organizados en bandas y con normas de conducta particulares).

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