La tapia con sifón
Antonio Zapata
Pudieron ser estrellas, 4: Espronceda
Dicen que la guerra despierta los instintos más oscuros del hombre, abriendo las puertas del averno donde se consuman las atrocidades humanas jamás cometidas. Sin embargo, las grandes historias de amor se han recreado en escenarios dantescos donde estos sentimientos parecen emergen con mayor fuerza y pasión.
Es sobre el tapiz de un clima bélico donde Rocío Castrillo, periodista oriunda de Almonte, construye su novela Una mansión en Praga, ópera prima que va más allá de la literatura rosa, ofreciéndonos un soberbio retrato de las grandes guerras del siglo XX.
La obra, presentada ayer en el Teatro Salvador Távora de la Ciudad de la Cultura de su villa natal, pivota su argumento en una dupla de protagonistas con una personalidad evocadora, rica en matices y con un personaje, Alexander Kovac, que bien podría ser el Francisco Goya de nuestro tiempo.
Castrillo reconoce que el pintor zaragozano fue una fuente de inspiración a la hora de construir la psique del protagonista. No en vano, el precursor de la pintura contemporánea podría haber seguido los pasos de Kovac, una especie de reportero gráfico que ejerce una profesión hoy atípica y caduca desde que el mundo de la fotografía entró en escena para retratar y trasladar al público la imagen. En cualquier caso, él sigue los mismo cánones de trabajo que los corresponsales de guerra, con la salvedad de que entre sus útiles y herramientas no encontramos una cámara, si no una mochila donde guarda "un cuaderno de lámina y lápices", mientras que para sus encargos en óleo tienen como caballete "una minúscula habitación con vistas al horror". Un ventana a la tragedia, al grito de los bombardeos y el sonido de la parpa cuando acecha su presa.
Castrillo nos desvela que es en la capital checa donde el protagonista descubre a Adriana, "una española que ha heredado una vieja mansión perteneciente a su abuela y que se dispone a restaurarla para montar un negocio de organización de fiestas y eventos sociales". A partir de entonces, la pareja vive "una turbulenta historia de amor con el trasfondo de las grandes guerras del pasado siglo", explica la autora celosa de guardar los pormenores al lector.
Uno de los grandes aciertos de la novela radica en el retrato fidedigno a nivel histórico de cada uno de estos conflictos. La profesión de la autora en el mundo de la comunicación marcar la pauta y el estilo narrativo. A la par, y tal como reconoce la escritora, ello "me sirvió para tener acceso a los teletipos" que han radiado a modo de diario la contienda, los azares del combate, el desarrollo belicista; así como el pulso social y las interioridades de la política que daban 'munición' y alimentaban la pólvora de los soldados.
Sin embargo, el hilo conductor de la novela es el amor con mayúsculas, si bien con las singularidades y huellas con las que el pasado ha ido cincelando la personalidad de sus dos protagonistas. Este singular trasfondo lo encontramos en un "Kovac contaminado por la guerra, y una Adriana que alberga ese estigma de las mujeres que se enamoran con tal fuerza que nada importan", apostilla Castrillo.
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