CRÓNICA URGENTE DE UNA CIUDAD APAGADA

30 de abril 2025 - 03:11

Estamos en manos de Dios”, me decía mi vecina mientras subíamos las escaleras hasta el segundo piso del bloque donde vivimos y no seré yo, pobre mortal, que en horas tan críticas llame a rebato mi laicidad y racionalidad ante la magnitud de un desastre que nos tiene desolados, aunque a mí me parezca de lo más normal esta consecuencia del desarrollo; al contrario, animé a mi vecina a elevar sus plegarias para que el Señor nos ilumine con un milagro, pero ese último detalle me lo callo porque sé de sobra que ese milagro no le corresponde a Dios. Se trataba de un inmenso apagón que, sobre las doce y media, hizo saltar las alarmas en la ciudad y, por primera vez en la historia de España, todos nos pusimos de acuerdo para hablar de lo mismo, el apagón, olvidando las otras pulsaciones del país que lo hacen más compatible con el ritmo de la vida.

Oigo a alguien decir a pie de calle que no sabe quién le ha dicho que esto va para rato. Otros, que lo ven siempre todo negro y transmiten su propia oscuridad alrededor, dicen que es un ciberataque de Putin contra Europa y que aquí ha empezado la guerra. En la calle la gente, atrapada por la incertidumbre, se obliga a mirar el móvil a cada instante ávidos de información, pero esta inmensa hoguera también ha hecho saltar en pedazos la red wifi. Nadie parece dar una opinión inteligente y sensata, nadie puede sintonizar noticias contrastadas de la radio o la televisión. A fin se sabe, apenas media hora después, que el país ha quedado ciego.

Pasan las horas. Las calles se van vaciando conforme la vida de los comercios bares se cierran, pero en la plaza próximo a donde vivo sigue latiendo un parque infantil enseñando a los niños a estirar las piernas mientras algunas madres, atentas cada una a ese tamaño de esperanza que hoy brincan por el tobogán y se mecen en los columpios ajenos a la locura de las horas, mañana podrán ser maestros, médicos, ingenieros o ministros.

Pasan las horas y, a medida que las situaciones se complican, lo humano prevalece. Esta ciudad, este país, lo aprendió durante la pandemia. A eso se llama pertenecer a una especie humana que sabe que cuando se abre una herida en forma de crisis por donde el miedo se desangra, aparece el milagro de la solidaridad y la ciudad y el país entero se curan de humildad antes sus crisis. ¿Cuántas, como las nubes de abril que van y vienen, se han abierto en este país y cuántas se han cerrado? Es como si, para sentirnos unidos, solo halláramos inspiración cuando las catástrofes y las crisis nos miran y nos hacen indemnes a la locura humana.

Pasan las horas y la ciudad es una mancha oscura. Son las diez de la noche y, tras las ventanas de los bloques de pisos, titilean las luces de las velas. La ciudad a oscura parece dormida, pero a lo lejos, en alguna terraza oigo voces de jóvenes recuperar la moral hablando y riendo, conscientes de que al final superaremos esta pesadilla, que no es sino un relato más de aquellos relatos épicos que leíamos en los libros de nuestra adolescencia, sabedores de ganar siempre las batallas.

Mi vecina de al lado ha encontrado inspiración en esta catástrofe y me anuncia que se aproximan los males escritos en la Biblia sobre el fin del mundo, ya profetizado por Nostradamus y ratificado por la muerte reciente del papa. Pero su pesimismo es un arma llena de solidaridad y me dejado dos garrafas de agua, seguramente para resistir la angustia de lo que me espera si el mal se cumple, pero yo me llevo el miedo a la cama para reciclarlo en la oscuridad de los sueños.

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