OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
Desde 1977, en virtud de la Resolución V de la XII Asamblea General del ICOM realizada en Moscú, se celebra -en buena parte del planeta- el día de los museos con fecha de 18 de Mayo. Dado que los museos han de ser instituciones “al servicio de la sociedad y su desarrollo”, se fijó esta fiesta con la intención de llamar la atención y dirigirse a la comunidad humana a la que sirven; su fin es el de comunicar los cambios o novedades que van marcando su evolución y adaptación a esta sociedad. También, desde un principio, se consideró un recurso eficaz para, al menos una vez al año, llamar la atención de las administraciones y gobiernos de los que dependen los distintos museos; el objetivo era demandar mejores condiciones y cubrir las necesidades pendientes. Sin embargo, con el paso de los años, las distintas administraciones se han ido apropiando del día de los museos y lo vienen usando a su antojo e interés propio. Lejos de ser un arma reivindicativa eficaz para las instituciones museísticas, el 18 de mayo se ha convertido en un instrumento para la propaganda cultural de las administraciones competentes en materia de museos. Desde estos poderes se insta a la celebración de actividades -dentro de unos márgenes de corrección- que son difundidas desde la centralidad administrativa. La intención, qué duda cabe, pasa por mostrar un panorama idealizado de la realidad museística, encubriendo las graves carencias y problemáticas diversas. Se da el caso, más que frecuente, que la administración competente se acuerda de muchos museos sólo cuando se aproxima el día 18 de mayo y el representante político de turno ha de garantizar su aparición –a costa de la celebración- en los medios de comunicación. El día de los museos debería de servir, especialmente en nuestro país, para poner encima del tapete el drama que viven los museos locales, víctimas de unas políticas profundamente equivocadas, que establecen abismos presupuestarios –o todo o nada- entre unas instituciones y otras, motivando una realidad de extremos entre los inmensamente ricos y los inmensamente pobres. Una realidad que viene desde lejos pero que se acentuó desde la transferencia de competencias a las Comunidades Autónomas. Éstas asumieron responsabilidades para las que no estaban preparadas, ni técnica ni presupuestariamente, lo que nos ha llevado a la situación actual; leyes alejadas de la realidad –incumplibles- y una inmensa mayoría de museos sin dotaciones económicas estables que garanticen unos mínimos dignos.
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