En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
La Tal vez la humildad y sencillez que ha sido históricamente Almería y la desolación de haber vivido un tiempo escondida al mar hayan sido las claves para resistir a la codicia del tsunami urbanístico que han sufrido otras ciudades. Pero esa desolación de haber vivido de espaldas al mar ha pesado mucho sobre esta ciudad hasta hace bien poco, como si la ciudad nunca hubiese advertido expectativas en su porvenir junto al mar.
Y, sin embargo, a pesar de ser una ciudad atrapada en verano bajo cielos de ceniza y un sol de vapor y no sufrir la fatiga del invierno, que aquí está dulcificado por ese mar que alimenta su historia, el mar es el apellido de esta ciudad y está ahí en cada ciclo, esperando ser fermentado cada verano.
Me asomo a las playas de la ciudad y no encuentro el momento de recogerme porque el desamparo que proyecta el mar sobre sus playas tiene una extraña belleza que contrasta con el ajetreo nocturno del resto del año, tal que invita a pensar si esta ciudad en esta naturaleza de mar, cielo y tierra es la misma que ha sido siempre a lo largo de su historia, o si ha dejado de serlo como tantas otras ciudades mediterráneas caídas en esa posmodernidad enferma, sufriente, sin alma, como el fondo del mar que las ampara.
Almería en otoño me trae el olor de la playa que vuelve para ser el de siempre, el genuino de yodo y algas que me regala noviembre, que es como una especie de bálsamo que nada tiene que ver con las fritangas de los chiringuitos y las niveas estivales de otras playas. Es verdad que el otoño se lleva la luz radiante del verano, pero me trae las grullas del norte de Europa volando por el alto cielo de la capital hasta la Ribera de la Algaida y, a lo lejos, permite ver con nitidez la banda visual del horizonte de otro continente que la luz cegadora del verano me niega.
Al fondo, frente al mar, unos tripulantes surferos cabalgan espumas sobre las olas mientras otros, vestidos con capucha y puma, les hacen fotos buscando posturas crespusculares que inmortalizarán la aventura de sus cuerpos entre las olas para, más tarde, compartir en las redes sociales.
Si me limito a verlos cabalgar sobre las olas y me atrevo a decirles que esas olas tan solo son espumas y, si se lo digo, ¿me entenderán, y en qué lenguaje he de decírselo?Viéndolos pensé no haya existido una época en que las distancia entre ellos y mi generación haya sido tan apabullante, como esta ciudad, que aún parece dudar que su futuro está frente al mar.
También te puede interesar
Lo último