La Alpujarra(iii)

Cuando vaya a La Alpujarra, hágalo sin prisa, casi sin un itinerario predeterminado. Déjese llevar por el instinto y le aseguro que volverá a su casa purificado

31 de octubre 2022 - 01:45

Hace unos días, mientras tomábamos café, me preguntó mi amigo Juan José, un gallego enamorado y asentado en Almería desde hace medio siglo, que cual era la mejor estación del año para ir a La Alpujarra. No era una pregunta fácil de contestar, pero le respondí: el invierno tiene un encanto especial; el aire huele a limpio y a mí me relaja el contemplar el contraste de los almendros en flor ya en febrero, anunciando la primavera, hermanados con el blanco puro de la nieve en los pueblos altos de la sierra. Es un espectáculo que se repite cada año. La primavera cambia el blanco de los almendros por toda la gama de verdes que Dios creó, y se impregnan los montes de perfumes a tomillos y lavanda y los valles bajos de azahar. En verano la luz lo inunda todo…y en otoño, ¡ay en otoño!...los membrillos, los caquis, las nueces y las castañas …y las uvas de colgar. Los pimientos de rojo intenso secándose al sol, tapizan las blancas fachadas y azoteas en un festival de colores. Le comento a mi amigo que yo 3 ó 4 veces al año necesito darme un baño de Alpujarra, embriagarme de sus olores y ver los perfiles de Sierra Nevada.

Ayer estuve en Bérchules. Subí por la carretera que arranca de Cádiar. A media altura las cunetas se fueron poblando de catalpas, acacias, nogales y castaños. De vez en cuando aparece algún moral, que se abre camino entre tanta vegetación, que nos hace recordar el importante papel que tuvieron durante muchos siglos en la industria de la seda; hay tramos de la carretera que los árboles forman un formidable túnel verde en el que árboles, arbustos y zarzas luchan permanente para abrirse camino hacia el cielo buscando la luz del sol. Ya en Bérchules paseamos por el pueblo y me recreo fotografiando y contemplando sus tinados, azoteas y terrados repletos de plantas, como si fuera la primera vez que los veo. El fantasma de los moriscos se esconde en cada recoveco de sus calles empinadas y retorcidas. Un monumento en la plaza del Ayuntamiento nos recuerda que aquí la Nochevieja se celebra en agosto. Mon Dieu! El 31 de diciembre de 1994 un apagón de luz en todo el pueblo les impidió tomar las uvas con las campanadas de la Puerta del Sol y celebrar la entrada del nuevo año. Los vecinos decidieron que esto no volvería a ocurrir porque a partir del próximo año la Nochevieja la celebrarían en agosto. Toda la sierra está plagada de manantiales de agua agria o ferruginosa y Bérchules naturalmente tiene su fuente.

El siguiente pueblo que visitamos es Juviles. Este pueblo irremisiblemente está unido al famoso y rico jamón que lleva su nombre. Visitamos la iglesia de San Sebastián del siglo XVI. Su artesonado mudéjar no nos pasa desapercibido. A un kilómetro aproximadamente encontramos la Pantaneta, una especie de pantano pequeño o una gran charca que abastece de agua al pueblo y a su vega. A pesar de la sequía, la Pantaneta estaba medio llena. En el otro extremo del pueblo un camino nos conduce hasta las ruinas de un antiguo fuerte , que ya Mármol Carvajal lo cita como ruina y que según las crónicas antiguas había en él "un alcaide y gente de guerra para tener sujetos los lugares de aquel partido, que eran los más inquietos de la Alpujarra, bárbaros y bestiales sobremanera" Se levantaron los moriscos de esta taha la víspera de Navidad de 1568 y encerraron en la iglesia a todos los cristianos, destrozando todas las imágenes y robando cuanto había de valor, tanto de la iglesia como en sus casas. El 30 de diciembre el sanguinario caudillo morisco Farax mandó que los mataran a todos. Los desnudaron y ataron sus manos en la espalda y sacándolos de la iglesia los llevaron a un bancal cercano y a cuchilladas los ejecutaron a todos. Es la misma suerte que

corrieron todos los cristianos de los pueblos cercanos y el levantamiento se produjo la misma noche del 24 de diciembre y a la misma hora: Bérchules, Mecina Bombaron, Yegen, Válor y otros.

Mecina Bombarón es el pueblo del agua. García Lorca dejó escrito "La canción del agua es una cosa eterna" y sus fuentes así lo atestiguan.

Desde hace algunos años se han unido pequeños pueblos limítrofes bajo una administración única como es el caso de Mecina Bombarón, Yegen y Golco que conforman el municipio de Alpujarra de la Sierra, aunque cada núcleo conserva su personalidad.

Al llegar a Válor, es inevitable que venga a mi mente Aben Humeya y ayer concretamente he ido a comprobar la placa que hay en la que fue su casa y asegura que en ella nació. Algunos le han atribuido su cuna a Granada y a Béznar; allá cada uno, pero lo cierto es que Mármol Carvajal, cronista oficial del Rey y coetáneo suyo asegura que Don Fernando o Hernando de Válor y Córdoba nació en Válor. Su nombre musulmán era Muhammad ibn Umayya, en alusión a los Omeyas de Córdoba, al que los moriscos eligieron como rey con motivo de la sublevación de 1568, y lo hicieron bajo un olivo, al que conocen los vecinos como "Olivo del moro" que hay en una finca junto a la carretera que va de Cádiar a Narila. He oído a otros vecinos de pueblos de la zona que a Aben Humeya lo eligieron rey bajo otros árboles; en cualquier caso no es un detalle importante.

Cuando vaya a La Alpujarra, hágalo sin prisa, casi sin un itinerario predeterminado. Déjese llevar por el instinto y le aseguro que volverá a su casa purificado.

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