Pues yo lo veo así

Esteban Requena Manzano /

Anás, caifás y los de después

24 de marzo 2016 - 01:00

QUE en la cara de Anás fuera delito". Así termina el famoso soneto de Quevedo. ¿Por qué precisamente en la cara de Anás y no en cualquier otra cara? Me atrevo a conjeturar que no encontraba Quevedo otro punto de comparación más adecuado: hasta en el peor de los rostros esa nariz destacaría de modo negativo. Aquel Sumo Sacerdote ha caído tan en desgracia en la cultura cristiana occidental porque se le atribuye la responsabilidad de la condena de Jesucristo. Fueron él, su suegro Caifás, y el famoso Pilatos. Lo que sabemos de ellos está recogido en crónicas de dos o tres siglos más tarde, que no fueron precisamente neutrales. No quiero en ningún caso justificar esas condenas; no era precisamente extraño en el siglo I, y antes y después, considerar la vida humana con tan poca valía que los ejecutados podrían contarse por miles. Para ellos, Jesucristo sería un caso más. Supongo, además, que muchas de las condenas estarían basadas en las actividades de revoltosos que se oponían a los privilegios de los poderosos. Casta suprema de los judíos y los romanos tenían muchos intereses en común, y no dudarían en eliminar a cualquiera que se opusiera a su situación. Para ellos, Jesucristo no era más que uno de esos cabecillas que podría poner en peligro su status quo. Además, considerada desde un punto de vista de ortodoxia religiosa, de la que eran responsables los jerarcas de la época (condenando desviacionismos y tratando de erradicarlos) su actuación caería dentro de los límites razonables: un hereje siempre es un hereje, trátese del judaísmo, del cristianismo o del islamismo. La conclusión era evidente. Fue una decisión, como otras tantas, condenable. Lo curioso es que la historia posterior solo los condena por ese hecho, como si las otras vidas humanas no tuvieran valor alguno. Y lo más curioso es que esas condenas provengan, precisamente, en su gran mayoría, de las clases poderosas de los tiempos siguientes. ¿Hay coherencia? ¿Cómo se actúa, no solo en las sociedades medievales, sino en las sociedades modernas y contemporáneas, contra todos aquellos que se atreven a poner en cuestión determinados privilegios? Si repasamos la historia utilizando este punto de vista, no es raro que nos llevemos más de una sorpresa. Vemos de qué manera se desprestigia, se critica, o algo más, a los que se atreven a cuestionar los valores que, también los jerarcas de ahora, consideran inmutables.

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