imaginario

José Antonio Santano

Andalucía

03 de marzo 2012 - 01:00

NO acostumbraba a hacerlo, pero en aquella ocasión no tuvo más remedio. Las cosas no marchaban bien y quienes siempre estuvieron mirando hacia otro lado, los seres más egocéntricos y superficiales, aquellos que les importaba todo -excepto el poder del dinero- un bledo, ahora, de la noche a la mañana, salían de su propia oscuridad intentado convencer al mundo, de que ellos representaban lo mejor, que eran la salvación y el cambio que necesitaba la sociedad andaluza. Recordaba sus rostros no por la importancia de sus discursos -siempre hueros y demagógicos-, sino por la reiterativa aparición en algunos medios de comunicación. Les conocía bien, un buen número de ellos fueron compañeros de estudios universitarios, aunque muy pocos concluyeron la carrera. La mayoría, nunca dio un palo al agua, como se suele decir, durante años y años. Nunca se les conoció afición o devoción política que no fuera perder el tiempo, acudir a toda clase de fiestas, cambiar de coche cada semana o hablar compulsivamente de la moda a todas las horas del día. Esta era la clase de hombres y mujeres que la actualidad rescataba de sus recuerdos juveniles de estudiante de Derecho. Ciertamente, el tiempo había transcurrido tan veloz como un rayo, pero no se puede olvidar lo que se aprende a fuego y sangre, cuando la desigualdad marca para siempre no solo el presente sino también el futuro. Así se sintió él en aquellos ya lejanos años y así se siente todavía hoy: marcado por una injusta desigualdad, la misma que pretende constituirse en el verdadero cambio. ¡Qué iluso aquel que piense que quien siempre se preocupó por sí mismo, vaya ahora a preocuparse por los demás! Estaba frente al mar, meditando, agotando sus propios razonamientos sobre la realidad política del momento y no salía de su asombro. ¿Por qué tanta injusticia, tanto dolor y sufrimiento cebándose en los de siempre? ¿Por qué los ricos cada día más ricos y los pobres cada día más pobres? ¿Para qué los gobiernos y las leyes; para qué la democracia y sus instituciones? "Ahora, dicen, es preciso el cambio y "nosotros" -aquellos que no se preocuparon nunca por nada- somos el cambio". Exaltado discurso este que corre por estas tierras de Andalucía, por esta Andalucía que, aún a pesar de sus errores, es ahora más de una mayoría de andaluces que no de unos pocos; más vanguardia que retaguardia, más generosa que mezquina. Los recuerda bien, aprendió de ellos a ser su contrario en pensamiento e ideas; sabe de sus formas y maneras, de sus (in)capacidades; les conoce como la palma de su mano, y no confía en ellos. Se habrán y nos habremos equivocado en muchas cosas -se dice para sí-, pero es obvio que, hoy por hoy, el cambio es sólo una falaz proclama. Realmente -piensa- el cambio no está en la simple mutación de unas caras por otras, el verdadero cambio está en la capacidad para transformar, en las ideas y en el trabajo diario.

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